Echeverría, López Portillo y López Obrador por ideología, o por la obsesión ególatra de modelar al país conforme a sus criterios, hicieron del nacionalismo populista de izquierda el rector de sus gobiernos: con resultados ruinosos.
Por el nacionalismo populista, los presidentes citados se ostentaron como adalides del patrioterismo, la soberanía y la autodeterminación; y opusieron esas pretendidas fortalezas a los EUA.
Por eso, al mismo tiempo que se granjeaban el beneficio económico que ofrece la vecindad con EUA, celebraron pactos con gobiernos socialistas.
Esos tumbos de derecha a izquierda, que causan incertidumbre e inseguridad jurídica, son uno de los legados de López Obrador a la presidenta Sheinbaum; que ahora está en medio de la contienda entre EUA y China.
Ante eso, la Presidenta avisa que regulará las importaciones de China; y, fuera de toda lógica diplomática, en un alarde de soberanía nacionalista, hace pública la carta y la conversación telefónica en las que confronta a Trump.
No es tiempo de nacionalismos perniciosos. EUA y China luchan por el predominio económico, militar y político; y nuestra localización geográfica nos obliga a mantener la sociedad con EUA para el desarrollo socioeconómico y el combate a la criminalidad.
México necesita que la Presidenta asuma una realpolitik, esto es, una política pragmática y realista, construida a partir del diagnóstico preciso de nuestras fortalezas y debilidades concretas.
Y que con esa base se determinen, sin consideraciones ideológicas, la meta deseada y la estrategia para alcanzarla.
Es tiempo de decisiones. Maquiavelo advirtió el peligro de la indecisión: “Permanecer neutral entre dos naciones en pugna, es buscar el odio y el desprecio de ellas.
Porque una te considerará obligado a seguir su destino y su fortuna y la ofenderá tu falta de apoyo; la otra no te respetará por tu irresolución”.
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