Vivimos en una de las regiones más desiguales del mundo. En América Latina y el Caribe se palpa así: mientras 10% de los más ricos se queda con 55% de los ingresos y 77% de la riqueza, 50% de la población más pobre obtiene 10% de los ingresos y solo 1% de la riqueza.
La desigualdad es una cuestión heredada, muestra el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF) en su más reciente Reporte de Economía y Desarrollo, “Desigualdades heredadas”. Es decir, la desigualdad ha sido persistente a lo largo del tiempo, tiene raíces muy profundas y es un fenómeno inercial.
Pero no tiene que ser nuestro destino, ¿o sí?
En México vamos mejor. Los datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2022 del Inegi muestran que el ingreso promedio de los hogares más pobres pasó de 3 mil 270 pesos al mes en 2018 a 3 mil 310 en 2020, un incremento de 1% y el monto más alto desde 2002. Por otro lado, el decil de hogares con mayor riqueza tuvo un decremento de ingresos de 9%. Así, el índice de Gini bajó a 0.43 en 2020 del 0.45 medido en 2018.
El dato es esperanzador y muestra que no podemos detenernos. La desigualdad no solo se trata de ingreso, explica CAF, también de riqueza, educación, tenencia de tierra y oportunidades laborales.
La desigualdad pasa de una generación a la siguiente cuando los hijos viven en el mismo lugar que los padres, sobre todo si es la misma casa, muestra el estudio. También cuando se mantiene el mismo nivel educativo que la generación anterior, y si éste se supera, cuando más educación no permite una mayor generación de ingresos. Además, se hereda la poca movilidad social cuando los hijos se dedican a la misma profesión que sus padres y más si ésta no implica un aumento en el nivel de complejidad o habilidades requeridas para desarrollarla.
Hay tantos canales que propagan la pobreza que “tener padres con buena salud se asocia con una mayor posibilidad de recibir una herencia (no de desigualdad) y poseer una vivienda propia y con una menor probabilidad de que los hijos transfieran recursos a sus progenitores”, señala el CAF. En otras palabras: un choque de salud puede perpetuar la desigualdad.
“La alta persistencia intergeneracional derivada de la desigualdad de oportunidades puede corroer la confianza entre los ciudadanos y en las instituciones, socavando no solo las posibilidades de proveer bienes públicos, sino también la tolerancia y el respeto mutuo que constituyen la base de la vida en democracia”, indica el estudio.
Si no queremos más de eso y visualizamos un país justo e igualitario, leer este estudio es un primer paso y seguir sus recomendaciones para atacar esta herencia vía políticas públicas el segundo. Les adelanto algunos pendientes señalados: más y mejores oportunidades educativas desde la cuna, cerrar brechas espaciales y étnico-raciales en el mercado laboral y ampliar la inclusión financiera.