Si usted no ama a los perros, evítese el trabajo de leer este breve apunte en memoria de La Moska, una pastora belga malinés máscara negra que murió en la casa donde vivió diez años y medio.
Ya he contado de ella en este espacio. Perros de trabajo, me decían en la calle los conocedores, y ciertamente caminaba, corría y traía la pelota hasta desfallecer. Y yo, que no soy perro de trabajo, acababa muerto después de pasearla sábados, domingos y las noches de entresemana. La Moska inspiraba un respeto parecido al miedo, pero nunca cometió la locura de atacar. Una perra vigilante, eso sí.
Los años pasaron y La Moska y yo perdimos el brío de antaño, diría un amigo, y empecé a pasearla menos y ella lo agradecía, pues un entrenador se la llevaba a trabajar tres horas diarias.
El tiempo no perdona ni a los perros. La Moska se echaba debajo de una mesa que hacía las veces de su casa y miraba pasar la pinche vida frente a sus ojos de perra sabia a punto de entrar a la vejez.
Temperamental, inteligente y traviesa como cohete prohibido. Les juro que aprendió a abrir el refrigerador y dar cuenta de todo cuanto pudiera hasta que los dueños aparecieran. Castigada, a tu casa. Se pone un banco frente a la puerta del refri. No menos cierto es que por la mañana no perdonaba cariños humanos. Por cierto, el libro de Bulgákov, Corazón de perro, es una maravilla, lo prologó Sergio Pitol.
Una mañana, una probable torsión del intestino. Vino el veterinario y la inyectó. Si no repunta habrá que llevarla a la clínica. No quisimos que muriera en una jaula. Amaneció tensa, sin vida, debajo de su mesa.
Mi hijo Alonso me trajo a Neruda: “Mi perro ha muerto. / Lo enterré en el jardín / junto a una vieja máquina oxidada. /Allí, no más abajo, /ni más arriba, /se juntará conmigo alguna vez. /Ahora él ya se fue con su pelaje, /su mala educación, su nariz fría. /Y yo, materialista que no cree /en el celeste cielo prometido /para ningún humano, / para este perro o para todo perro / creo en el cielo, sí, creo en un cielo / donde yo no entraré, pero él me espera /ondulando su cola de abanico / para que yo al llegar tenga amistades”.
Y ahora estoy aquí, con ojos de perro, y veo pasar la pinche vida.