Leer nos cura de todos los males del alma. Estaba en eso, leyendo un gran ensayo de Tomás Eloy Martínez: “Autobiografía de un perdedor”. Dice Tomás Eloy Martínez: “Desde que abjuró de la literatura, tras el fracaso de su tercera novela (El parque de los ciervos, 1955), Norman Mailer se consagró a la infinita tarea de componer una autobiografía donde la realidad fuera solo un desprendimiento, un eco de sí mismo: la Realidad existía donde él estaba y, con frecuencia, porque él estaba.”
Intervino entonces la misma realidad y murió a los 60 años Diego Armando Maradona, grandísimo futbolista dedicado a triunfar y destruirse al mismo tiempo. No pude sino pensar en ese título: “Autobiografía de un perdedor”. Maradona retomó las leyes del futbol maldecido por el don de la pierna izquierda y una imaginación que habría envidiado Verne: 20 metros de viaje submarino.
La historia es conocida: el joven pobre recogebalones que dominaba antes de devolverla a su dueño en el campo como un maestro. Un joven tocado, o mejor, maldecido por el don de la genialidad en el campo de juego.
¿Qué es lo que le hace daño a un escritor?, le preguntaron a Mailer. Y el escritor contestaba: la fama, el dinero, las mujeres. Y el mismo entrevistador le preguntaba: ¿qué es lo que no le hace daño a un escritor, y Mailer contestaba: “la fama, el dinero, las mujeres”.
Maradona fue un héroe trágico dispuesto a todo: desplegó ante el público impúdicamente el abanico de sus desazones, drogadictas y sus acrobacias políticas.
En efecto vi a Maradona en el año de 1986 hacer de las suyas. No lo olvidaré. De verdad, ¿se le puede llamar genio a alguien que patea un balón? Les digo: sí. Solo si se trata de Maradona.
Ante la Casa Rosada la policía tiraba gases lacrimógenos, le impedía a la multitud llegar a su ídolo. Así vivió y murió Maradona. Oigan esta frase: “uno acaba entendiéndose con todo menos con el propio pasado”. Sí, Tomás Eloy Martínez. “Uno acaba entendiéndose con todo menos con el propio pasado”.
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