No pasa nada. Que el Alto Comisionado del futbol mexicano, Juan Carlos Rodríguez y quienes lo secundan en esta responsabilidad, se tomen el tiempo que consideren suficiente para completar su evaluación acerca del desempeño y capacidad de quien ahora mantienen como entrenador de la selección nacional, Jaime Lozano.
No hay porque concederles a los críticos, a los incomodos analistas, nada. Sobre todo en términos de tiempo. Ellos no dictan la agenda, ellos no marcan los tiempos.
No hay problema. Pero al final, si Rodríguez actúa con frialdad y sobre todo inteligencia tendrá que conceder que no le conviene nada mantener este cuadro que tiene tan inconforme, tan enojada y tan desesperanzada a la afición. Es a esta enorme y maravillosa masa a la que los directivos tienen que responder. Son ellos, la gente, los millones de aficionados a la selección, los que le dan buen sentido a todo. Se trabaja para ellos, para tenerlos contentos.
No pueden Rodríguez y compañía argumentar que Lozano resultó un buen entrenador. No lo es porque no ha propiciado que cada uno de los jugadores convocados mejore su rendimiento de forma notable y eficaz. No pueden los directivos argumentar en contra de que hay personajes en el mundo de futbol con mayor capacidad y con mejores garantías de otorgar eso que todos quieren.
No le conviene a Rodríguez, con la enorme responsabilidad que asumió de transformar para bien al futbol mexicano, aferrarse a lo indefendible. Su proyecto de cambio, que suena atractivo en algunos puntos, estará en permanente riesgo de malograrse si a la selección nacional no le empieza a ir mejor. Y eso no creo que esté dispuesto a otorgarlo, por más cariño que le tenga a Lozano o por más convencido que estuviera de que ponerlo al frente de la selección en su momento fue lo mejor.
No es un tema de que falte dinero para contratar a un director técnico mucho más capaz.