Quedó claro que solo con entusiasmo y entrega no se gana en esta Copa América. Hace falta calidad, temple y contundencia. Y varias virtudes que la Selección Mexicana de Futbol que dirige Jaime Lozano simplemente no tiene.
Ni con unos ni con otros jugadores. Ninguno de los convocados para este torneo, es la dolorosa verdad, marcan diferencias a favor. No lo hace Santiago Giménez, que pese a ser un probado goleador en la liga de los Países Bajos, acá no da una.
No sólo no mete goles, no genera espacios para sus compañeros atacantes, no sabe retener el balón, no dispara desde fuera del área. Pero tampoco eso hace su relevo, Guillermo Martínez.
Y así podríamos revisar el trabajo de cada uno de los seleccionados mexicanos.
Todos quedan a deber. El portero Julio González se regaló, tirándose al lado equivocado, en el penalti que cobró Rendón y que significó la diferencia en el marcador. No se regaló, en contraposición, el portero rival Romo que le paró el penalti a favor a los nuestros, cobrado casi con displicencia por Orbelín Pineda.
Lo que hubiera representado un merecido empate, hay que también decirlo.
Más allá del mal momento competitivo que viven casi la totalidad de los integrantes de la plantilla, el equipo nacional no tiene en el banquillo a un gran entrenador. Jaime Lozano queda exhibido en cada juego que dirige como un estratega nada audaz ni valiente. No sabe leer al rival para sacar ventajas evidentes con su planteamiento. Tampoco ha logrado mejorar el desempeño o rendimiento de cada uno de sus dirigidos, otra de las condiciones que le permiten a un director técnico diferenciarse como muy bueno, bueno o mediocre.
Así que por ningún lado al que uno voltee hay para ver las cosas con optimismo.
La selección mexicana tendrá que ganar de forma obligada a su similar ecuatoriana en Phoenix. Con el empate, los sudamericanos quedarían en segundo lugar del grupo, cuyo liderazgo tiene prácticamente asegurada la sorprendente Venezuela.
