Es frecuente escuchar esta reacción entre la población joven más identificada con la lectura en soporte electrónico, cuando se le invita a leer libros impresos; el librero sonríe con sorna ante esa misma reacción, pues significa que el acervo de libros impresos de su local tardará años en salir o renovarse con nuevos títulos. Atrás quedaron los tiempos en que las librerías eran la única fuente para comprar libros, hoy las fuentes son múltiples e incluso de acceso gratuito, principalmente en la red.
A raíz de la creciente accesibilidad a libros electrónicos a través de la internet, hay quienes se preguntan si el libro tal como lo conocemos tiene sus días contados. La pregunta puede tener justificación para determinados contextos donde no solo la lectura de libros impresos, sino en general los hábitos de consumo cultural han cambiado radicalmente, sobre todo en núcleos urbanos y entre élites de altos ingresos: sí, el mercado es determinante en las pautas de consumo de productos culturales y artísticos, aspecto que, desde luego, viene apareciendo con regularidad en la segunda mitad del siglo XX.
Hace algunos meses me acerqué a Roberto Urra Sandoval, creador del Observatorio de la Lectura del Estado de México, para preguntarle las claves de estos comportamientos de la lectura de libros impresos entre las personas mexiquenses, en cuyo territorio hay 674 bibliotecas públicas dependientes del gobierno estatal, la red más grande del país en la materia.
Respecto de las bibliotecas, advirtió que era notable la disminución de la demanda de sus servicios, quizás porque no han sabido articular estrategias de atracción sobre todo entre las nuevas generaciones de personas lectoras, además de que, por otro lado, aquellas que hacen un esfuerzo extraordinario por atraer usuarios, no cuentan con apoyo institucional. A saber. Respecto de las librerías, Roberto Urra me explicó que al estar alejadas de los municipios marginados, dejan de ser un factor de influencia en la promoción de la lectura; lo mismo pasa con las ferias de libros, fenómenos que integran la cadena de producción y distribución de los libros, pero corren el riesgo de volverse excluyentes…
En el centro de todo está la población lectora, que ha dejado de leer libros completos para volverse hacia la lectura fraccionaria y utilitarista, en la que busca información específica para satisfacción inmediata: una lectura más funcional que placentera, o bien, que por el ritmo de la vida diaria prefiere comprar libros a través de la red, y con inclinación hacia los libros electrónicos, como lo demuestran las crecientes ventas de las versiones electrónicas en prácticamente todas las librerías en línea. Seguiremos hablando de este interesantísimo fenómeno…