Un resbaladero, resbaladilla, tobogán o deslizadero es la misma cosa. Por donde se le vea, representa un desafío; una vez pisado el último peldaño de su escalera, no hay más remedio que deslizarse hasta caer en el piso. Como el “subibaja”, el resbaladero es la evidencia más divertida e irrefutable de que la gravedad existe.
Traigo esta figura a cuento, porque la metáfora de la pendiente resbaladiza, nos puede servir para ilustrar una de las muchas razones hay tantas personas que actúan de espaldas a la ética.
La forma en que la pendiente resbaladiza opera en nuestras vidas, como dice Íñigo Álvarez, es relativamente simple: “Aunque haya buenas razones para hacer A, ciertamente no se debe hacer porque si hacemos A esto provocará que acabemos haciendo B (que es algo diferente a A), y si se hace B esto acabará provocando que se acabe haciendo C (que también es ligeramente distinto a B), y así sucesivamente hasta llegar al punto en que se haga Z, que habrá sido provocado por Y, X, etc. y, en definitiva, por A. Puesto que Z es algo rechazable, inaceptable, injustificable, y puesto que se ha llegado a ello a causa de haber hecho A, la conclusión es que si no se quiere hacer Z debe evitarse hacer A”.
El proceso descrito por Álvarez puede manifestarse tanto en los actores de la falta, como en quienes permiten que ésta se lleve a cabo. Alguien inicia cometiendo un pequeño robo, y en la medida que sus límites morales se van deslizando por la pendiente, termina cometiendo un fraude verdaderamente grave. Lo mismo aplica para quien lo tolera; comienza consintiendo una situación “sin importancia”, para terminar atestiguando situaciones inaceptables que, muchas veces, terminan por salpicar a quien las había venido tolerando.
Piénselo con detenimiento y llévelo al ámbito que desee, y se dará cuenta que hay pendientes resbaladizas que, por acción u omisión, nos pueden conducir a situaciones que jamás hubiésemos deseado o vernos enredados.
@pabloayalae