Por fin salió el informe sobre la pobreza en México, que cada dos años publica el Coneval. Como siempre, los resultados fueron agridulces.
En 2020, el porcentaje de pobres por ingresos era del 43.9%; en 2022, el número bajó a 36.3, lo cual significa que pasamos de 55.7 a 46.8 millones de habitantes.
Otro destello de esperanza se refleja en la reducción de la pobreza extrema por ingresos. Quienes perciben menos de 2 mil 164 pesos mensuales y tienen tres o más carencias sociales –alimentación, salud, seguridad social, educación y vivienda con los servicios requeridos para ser digna–, pasaron del 17.2 al 12.1%, lo cual significa que 6.4 millones de personas dejaron de ser pobres extremos por ingresos. Con todo, es importante no olvidar que este grupo arrastra como mínimo tres carencias sociales, lo cual significa que de pobres extremos por ingresos pasarán a ser pobres moderados.
La nota destacable en este rubro es que las personas sin acceso a alimentación nutritiva y de calidad bajaron del 22.5% al 18.2, de ahí que 5.2 millones de personas más tendrán acceso a alimentos suficientes para mantener una vida relativamente saludable.
Otras dos buenas nuevas se relacionan con el hecho de que la población vulnerable por ingresos bajó del 8.9 al 7.2%, y que los no pobres y no vulnerables subieron del 23.5% al 27.1, es decir, poco más de 27 millones de personas podrán sentirse parte de la escuálida clase media.
La cara oscura del Informe es que el porcentaje de personas vulnerables por carencias sociales subió del 23.7 al 29.4%, porcentaje que representa alrededor de 30 millones de personas.
De igual forma, los números reflejan un incremento del 10.9% en la población que no tiene acceso a la salud, lo cual significa que pasamos de 35.7 a 50.4 millones de personas. Esa misma tendencia se advierte con relación al rezago educativo, al que se suman 1.6 millones de estudiantes en 2022.
A decir del secretario ejecutivo del Coneval, las causas de las mejoras se explican por el aumento que hubo en los salarios mínimos, el efecto producido por los programas sociales, la mejora en los ingresos laborales y, entre otras, las remesas.
Sin duda, hay avances, pero no los requeridos para resolver un complejísimo problema estructural que se ha mantenido, sin mayores cambios, durante los seis últimos sexenios.