Robert Edwin PEARY, fue el primer hombre en alcanzar el polo norte, en 1909.
Para hacerlo, aprendió de los inuit, construyó iglús y se vistió con pieles de animales; también se ayudó de los esquimales como cazadores, y equipos de apoyo para conducir trineos y formar depósitos de comida en el Ártico.
En un inicio, este explorador viajó con su esposa; pero ella no aguantó mucho, pues odiaba su olor, pues los esquimales no se bañaban nunca, tampoco aguantó sus pieles infestadas de piojos, ni su comida.
Para entonces, Peary recibió una carta del fundador de la antropología Franz Boaz, pidiéndole que cuando regresara de esas frías tierras, trajera consigo un esquimal para su estudio científico.
Peary aceptó la petición, y llevó a Nueva York a seis inuit; 3 hombres, 2 mujeres y un niño, Minik, de siete años, hijo de uno de ellos.
Cuando llegó el niño, creyó que había llegado al paraíso.
Pero la cosa fue todo lo contrario: Peary robó a los esquimales tres grandes meteoritos, estos eran la única fuente para los esquimales para hacer herramientas y puntas de arpones, indispensables para su supervivencia; el viajero vendió estos meteoritos en 50 mil dólares al Museo Nacional de Nueva York, 1896.
La venta incluía esqueletos de inuits que extrajo de sus tumbas, y a los seis esquimales vivos, que fueron expuestos como en un zoológico, para satisfacer la curiosidad de los visitantes.
Todos murieron rápidamente; solo sobrevivió el niño Minik. El niño pidió un funeral para su padre, de acuerdo a sus costumbres; el niño fue engañado realizando un funeral falso, sin el cuerpo de su padre.
El cerebro de su padre (Kishu) fue extraído y analizado, pesó 1503 gramos; para su época, ese peso resultaba extraño, pues los científicos pensaban que el cerebro del hombre blanco “más inteligente” debería de ser más pesado, pero su promedio era de 1350 gramos.
Una conclusión que no agradó nada a los racistas blancos.
Con el tiempo, el esqueleto y cerebro del padre de Minik fue trasladado y expuesto en otros museos; Minik se enteró por los periódicos y dijo:
“Un día me encontré a mi padre cara a cara en una vitrina de museo; me arrojé llorando y juré que no descansaría hasta que diera sepultura digna a mi padre”.
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