Nos encontrábamos en una pequeña sala de una oficina de gobierno entre 8 y 10 desconocidos, al único que ubicaba era a mi papá que fue conmigo a cumplir con sus horas de servicio social para cumplir el pago de una multa de tránsito. Todos estábamos ahí con el mismo fin, cubrir las horas, algunos de oyentes y su servidora y mi papá para dar las pláticas.
Mi idea era hablar sobre participación ciudadana; sin embargo, después de explicar un poco cómo funciona el órgano gubernamental municipal, la plática se fue transformando en un conversatorio en donde empezamos a hablar sobre temas más importantes que la política, sobre la importancia de ser buenas personas, de dejar una estela de bondad por donde pasemos y de entender que todos absolutamente todos tenemos luchas internas que estamos venciendo y que a veces aunque para unos la vida se sienta ligera, para otros se siente pesada, la bondad es ayudar a esas personas a cargar con esa piedra aunque sea por un momento, recordarles que no están solos y que todo, absolutamente todo, es temporal: lo bueno, lo malo y lo normal.
En un mundo tan caótico como el que nos tocó vivir me parece importante darnos el tiempo de vernos unos a los otros, de escucharnos, de hablarnos y de hacernos saber lo importantes que somos, aunque a veces el sistema nos quiera hacer creer lo contrario. Compartimos experiencias personales y lo que parecía iba a hacer una platica aburrida se tornó en una tertulia en donde compartimos experiencias e incluso problemas que a algunos les estaban agobiando, entre todos intentábamos ayudar, como resultado el tiempo se alargó y todos aprendimos más de lo que esperábamos. Cuando nos prestamos a escuchar, compartir, ayudar y dejarnos ayudar, las puertas de la convivencia se abren. Entramos a la sala 8 extraños y salimos 8 amigos, 8 humanos siendo humanos, simplemente buenos humanos.
