El cuexcomate (del náhuatl, granero), no es un volcán, es un géiser volcánico ubicado al poniente de la antigua Ciudad de los Ángeles, en la junta auxiliar La Libertad.
Durante el virreinato, los cuerpos de quienes, por ejemplo, se suicidaban, eran arrojados en ese sitio: “no merecían” ceremonia ni tumba.
Los otros angelopolitanos podían ser sepultados en los atrios de los templos, o en sitios anexos a éstos.
Es sabido, porque lo indica una placa en su muro norte, que quienes morían en el Hospital San Pedro, en una carreta era conducidos a Xanenetla, saliendo por la puerta de la actual Avenida 4 Oriente, al menos desde 1797.
Un panteón de inicios del siglo XIX fue el anexo al colegio de San Javier, convertido posteriormente en penitenciaria y fuerte.
Los obispos poblanos han sido sepultados bajo el altar mayor de la catedral angelopolitana; el espacio reservado ahí para el cuerpo del obispo Palafox y Mendoza permanece cubierto con la placa que indica el deseo del prelado de ser enterrado ahí, pero lo fue en España.
En 1870 se hizo la primera solicitud de construir un panteón “civil”, es decir, dejar de utilizar los cementerios de El Carmen y San Francisco —amén de los pertenecientes a pequeños templos— y sepultar a los muertos en sitios donde no se corriera el riesgo de contaminación, por ejemplo, de las aguas subterráneas.
Así, en 1880 fue inaugurado el Panteón municipal, en terrenos del antiguo rancho de Agua Azul, al poniente de la Angelópolis, frente a la garita de Amatlán, donde es recordada la niña María Merced Huerta, la primera inhumada ahí.
Poco después, de manera “particular” se comenzó a proyectar la apertura del panteón de la Piedad, al sur del cerro de San Juan, inaugurado en 1891; en 1896 fue abierto el Cimetière français, al sur del Municipal, que había “prestado” y después vendió esa parte a una asociación franco-suiza-belga.
A finales del siglo XX, pese a la determinación sanitaria, en algunas poblaciones —varias cercanas a la Angelópolis— seguía la costumbre de sepultar gente en los atrios de los templos.
En un atrio vi una lápida; no recuerdo el nombre del difunto, pero si su ruego que podría ser el de todos los sepultados: Lvcem spero post tenebras.