El tiempo transcurre y estamos a punto de concluir un sexenio más, uno en el que de nuevo las esperanzas se depositaron en un candidato que en su momento prometió devolver al país la paz que requería, acabar con la corrupción, la pobreza y las deficiencias en el sistema de salud, defender la libertad de expresión y terminar con prácticas poco éticas además de devolver al Ejército a los cuarteles a cumplir con la función que constitucionalmente le es conferida.
Pero hoy desmenuzando cada uno de estos ejes nos damos cuenta al final la premisa de los candidatos es la de prometer no empobrece, dar es lo que aniquila, pues en cuanto a la pacificación del país hoy estamos peor que en pasadas administraciones y la violencia generada por los grupos delictivos se ha extendido a más territorios, se ha tornado más cruda pese a la creación de cuerpos de seguridad como la Guardia Nacional.
Los grandes operadores del crimen organizado transnacional han alcanzado un poder inimaginable en años pasados y la sociedad poco a poco ve cómo la inseguridad crece, mientras se cantan pírricos resultados en cuanto a la disminución de los homicidios, comparando episodios de la actual administración contra ellos mismos y no contra sexenios anteriores.
Si hablamos del combate a la corrupción es otro asunto que ha pasado a mejor vida, y muestra clara de ello es la intención de terminar con lo poco que ha funcionado del Sistema Nacional Anticorrupción además de las reformas legales que buscan desaparecer a instituciones como el Instituto Nacional de Acceso a la información de los sobres amarillos ni hablemos.
La reducción de la pobreza es un hecho pues según el Coneval hay 10 millones de personas que salieron de la pobreza, pero que al final del día sus condiciones tampoco son las ideales para un desarrollo que permita tener un nivel de vida decoroso en un país donde la clase media está en peligro de extinción.
Nos deben ese sistema de salud tan prometido como el de Dinamarca, no tenemos uno como el de los Países Bajos, sino como el de un bajo país en donde se plantea como solución al desabasto de medicamentos, una megafarmacia, que terminó siendo negocio de personajes cercanos al poder.
Otra falacia, la libertad de expresión, en un país donde el ejercicio del periodismo está en constante riesgo y no hemos salido de la posición de ser el territorio sin guerra declarada más peligroso para quienes ejercen esta profesión.
En fin… nada cambió.