Esta semana se difundieron imágenes en las que se apreció al ex director de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya, departiendo en un restaurante de lujo en la Ciudad de México, el asunto causó indignación al ver la displicencia con la que el ex funcionario se exhibía en público.
Y claro que resulta indignante, por todo lo que se ha dicho respecto al fraude millonario en el que se incurrió en el sexenio del ex Presidente Enrique Peña Nieto donde existe la acusación de que hubo importantes sobornos provenientes de la constructora Odebrecht a la campaña del PRI que puso al partido de nuevo en Palacio Nacional y donde uno de los principales operadores era justo Lozoya Austin.
Pero resulta que a diferencia de otros personajes acusados de corrupción o delitos de cuello blanco, Lozoya goza de una medida cautelar que no le priva de la libertad pues no está sujeto a ningún tipo de arresto ni prisión preventiva, sólo vigilado por un brazalete que permite conocer su ubicación en tiempo real y hoy sólo está sujeto a un proceso judicial lo cual no le impide desarrollar una vida normal al no haber sido sentenciado aún por algún tribunal.
Eso sí, queda claro que el ex funcionario ha tenido un trato que no es ilegal pero sí privilegiado evidentemente, el tema es que al ser un instrumento de la cuatro te como aparentemente así juega, el único momento “bochornoso” que le tocó vivir tal vez fue cuando lo extraditaron a México, después de eso no supo lo que era el escarnio público y mucho menos pisar una celda, beneficios seguramente ganados luego de pactar su apoyo a mantener vivo el petate del muerto que mantenga alejados a los tecnócratas tan odiados por Morena.
Justo eso es lo criticable, no el derecho a medidas cautelares cómodas, a las que podría tener acceso cualquier persona sujeta a un proceso penal, sino que éstas se otorguen de manera discrecional según convenga a los intereses de las partes involucradas.
Basta ver la diferencia con que se trató a otra ex funcionaria del sexenio pasado, Rosario Robles, a quien el trato fue en extremo en sentido opuesto, clara muestra de una venganza política.
Miguel Ángel Puértolas
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