Podría resumir en este título la verdadera intención que hay de ese dichoso Plan B propuesto luego de la frustración que generó a quien desde el púlpito mañanero se ha dedicado a predicar sobre preceptos como la democracia, concepto que en su mente estoy seguro tiene que ver con si sus designios son cumplidos, existe, si no son producto de un conservadurismo rancio.
El asunto es gravísimo pues al no haber podido convertir al Instituto Nacional Electoral en un órgano más del gobierno, cosa que va más allá de lo electoral, pues al final el INE ha organizado elecciones en las que se reconoce sin tapujos la decisión de la mayoría que por ejemplo puso al Presidente en el lugar en el que hoy se encuentra, el INE sí tiene áreas de oportunidad y no olvidemos que son ciudadanos los que integran al instituto, no funcionarios de gobierno que manipulan elecciones al gusto de quien está en el poder.
Pero ese necio interés de gobernar con el hígado ha llevado a aberraciones como por ejemplo recortar a grado de llegar a la inoperancia al número de personas que se encargan de que la credencial de elector se entregue a tiempo, que se tenga un verdadero control sobre la identidad de quien acude a las urnas, que no se tengan suficientes capacitadores para los funcionarios de casillas y que al final se den procesos electorales manipulables y de poca certeza.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación tal vez como nunca tendrá la gran responsabilidad de salvaguardar todos y cada uno de los preceptos constitucionales que se han visto violentados en este intento por dar al traste con un organismo ciudadano que en efecto en el 2006 reconoció que la mayoría de los ciudadanos no votó por López Obrador.
Miguel Ángel Puértolas
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