Cultura

Un tsunami de violencia contra las mujeres

El invencible verano de Liliana

El invencible verano de Liliana. Cristina Rivera Garza. Random House. México, 2021.


Recientemente se anunció que Cristina Rivera Garza obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia por El invencible verano de Liliana. Conviene emprender una relectura del libro y, acaso, hallar nuevas rutas que nos hagan recapacitar sobre el tsunami de violencia que viven las mujeres. Aquí no sólo se ven reflejadas Liliana y su hermana, sino también Lesvy, Ingrid, Brenda, Wendy, Paloma, Mara, Gloria, Andrea, Alejandra, Lizbeth, Angélica, Martha, Teresa, Fátima, Monserrat, Alicia, Susana, Debanhi y otras miles más que desafortunadamente han sido víctimas de feminicidas.

Liliana Rivera Garza fue asfixiada con una almohada el 16 de julio de 1990, en su casa ubicada en Azcapotzalco. El crimen lo cometió Ángel González Ramos, ex novio de Liliana, una joven de veinte años que estudiaba arquitectura en la UAM-Azcapozalco. Ella murió porque ya no deseaba continuar con una relación amorosa en donde se sentía atada y sin la posibilidad de avanzar hacia ninguna de sus metas, como les ha sucedido a otras mujeres en México: fue víctima de la violencia de género, del patriarcado y de la impunidad.

Refiere Rivera Garza que “el feminicidio no se tipificó en México hasta el 14 de junio de 2012, cuando el Código Penal lo incorporó como un delito”. Pero antes, como bien apunta la narradora, a los feminicidios se les llamaba crímenes pasionales. ¿A los casos de mujeres que asesinaron en Ciudad Juárez desde 1993 al 2000 no pudieron llamarles feminicidios?

Sergio González Rodríguez en Huesos en el desierto (2002) desarrolló una aterradora crónica de lo que estaba sucediendo en Ciudad Juárez, con la serie de posibles culpables e hipótesis relacionadas con el tema. Es probable que González Rodríguez no hubiera imaginado que su investigación tan detallada apenas era la punta del iceberg de una serie de asesinatos relacionados con las mujeres. La vida de González Rodríguez se vio afectada por un secuestro exprés y golpes que sufrió como consecuencia de haber abordado un tema incómodo tanto para el Estado mexicano como para el crimen organizado; a diferencia de otros periodistas que piden protección, a él nadie lo cuidó ni se investigaron las agresiones que sufrió y que repercutieron en su salud.

Desde lo que describe González Rodríguez, la violencia ha ganado terreno en varios sexenios hasta que se convirtió en un imparable tsunami. No existe un estado de la República mexicana en donde no se presenten feminicidios. De norte a sur, de este a oeste, entre la Sierra madre oriental y la Sierra madre occidental, se sigue acabando con la vida de mujeres. Y todavía no podemos liberarnos de actitudes que buscan culpar a la víctima, revictimizarla. “Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para qué te vistes así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esa forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se les llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía. La falta de lenguaje es apabullante. La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena”, indica Rivera Garza.

El caso de Liliana Rivera Garza quedó registrado como homicidio simple, y no como homicidio calificado, situación que habría sido la correcta tomando en cuenta la traición y la relación personal entre la chica y su asesino.

“Siempre es extraño poner los pies en los espacios de los muertos”, dice la autora. A Rivera Garza le tocó hacer lo mismo que padres, madres, hermanos, hermanas e hijos de mujeres desaparecidas: rastrear, abrir heridas de nuevo, deambular de aquí para allá por la justicia, consultar con quienes la conocieron y eran sus amigos, sentir la presencia de ella en sus objetos personales, rememorar, gritar de dolor por su ausencia… seguirla extrañando, llorar.

El libro también da cuenta de una serie de situaciones que, en cierta forma, le advertían a la joven que debía alejarse de Ángel González Ramos. Red flags, como les dicen ahora los adolescentes. Su comportamiento violento, actitudes de chantaje emocional, amenazas a Liliana de que si no regresaba con él se iba a quitar la vida, no tenían por qué ser parte de la vida cotidiana de una joven que vivía sola e intentaba abrirse paso en su autonomía como estudiante de arquitectura. Una premonición se suma y es el sueño que tuvo la propia Liliana: se vio rodeada de flores de muchos colores, en un ambiente de paz y tranquilidad. Ella era una chica lista, dedicada a sus estudios, sociable, buena amiga y compañera, buena hermana e hija. No obstante, como se enfatiza en la historia, “su contexto la maniataba con la camisa de fuerza del machismo normalizado y las aristas más violentas de un sistema patriarcal que hasta hace muy poco pasaba por ser el estado normal de las cosas, pero Liliana, que se describía en algunas ocasiones como triste o decepcionada, estuvo dispuesta hasta el final a no dejarse caer”.

Ojalá ya no hubiera más casos como el de Liliana, que ocurrió hace treinta años, no más abusos e incompetencias de parte de las fiscalías de cualquier zona del país, no más contubernios ni tratos preferenciales a los feminicidas y agresores, no más muertes sembradas como la de Debanhi, no más complicidad de parte de los familiares del asesino como en el caso de Monserrat (los padres lo encubrieron; también su abuelita, pero hoy ya está preso Marlon Botas Fuentes), no más nombres de mujeres asesinadas.

El 8 de marzo un grupo de mujeres (treinta y tres de distintos lugares del país) fuimos convocadas por la escritora Lorena Sanmillán (de Monterrey) para leer, vía zoom, fragmentos de este libro. Cristina estuvo en la lectura y todas le dimos voz a Liliana Rivera Garza.

Un libro, el Premio Xavier Villaurrutia, una reflexión y muchas ausencias.

Por Mary Carmen Sánchez Ambriz

@AmbrizEmece

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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • mcambriz@hotmail.com
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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