Hemos decidido desintegrar la dimensión moral de los asuntos públicos. Nos conformamos con su revisión superficial.
Los símbolos son contenedores de los procesos detrás de ellos. Toda sociedad es la imagen que se construye de sí misma. A veces, por encima de lo que es. Bajo el amparo de lo simbólico, construimos relatos para hacernos aceptables. Unos justifican la violencia, otros la retórica sobre ella. Muchos más, utilizan un espejismo ideológico para evitar reflexionar qué hay en los entornos del caos que vanagloriamos como triunfo bárbaro de unos sobre el resto.
De un extremo a otro del planeta, el desorden converge en una condición esquizofrénica: lo aparentemente simbólico ha ocupado el lugar de aquello que estaba destinado a representar y lo verdaderamente representativo pierde importancia en aras de la identidad a la que estorba.
En el primer caso, lo simbólico sustituye con sus formas el ejercicio racional desde el cual los símbolos tienen fundamentos para no convertirse en postales. En el segundo, los elementos de la realidad dejan de significar.
¿De qué soberanía se habla en un país como México donde la violencia impide a la gente salir hasta para celebrar fiestas nacionales?
¿Qué tan posible es hablar de democracia liberal si los derechos humanos pasan a un segundo plano en el modelo político y social de Occidente? Con distintas dimensiones, Gaza, Ucrania, Sudán, etcétera. Entonces, el modelo, aunque sea proverbial, pierde sentido.
México se ve desde su autorreferencia, antes que a partir de las tragedias que nos rodean. Escogemos vernos en los iconos de la percepción, bandera e imaginería, y no a través de las plazas a los desaparecidos en cada ciudad grande. La realidad que somos.
Así, sin importar los gritos de vivas durante arengas patrias en un franco encubrimiento de las fallas estructurales mexicanas, la migración a Estados Unidos refleja el fracaso de un proyecto nacional que termina por expulsar a sus ciudadanos.
Podemos conformarnos con los símbolos que el momento exclame. El problema de la época se encuentra en lo increíblemente efectivo que se transformó el juego intercambiable de peso en los símbolos para eludir lo que sucede frente a nuestros ojos.