La consciencia es un elemento extraño en la política mexicana. Esa virtud para saber mirar y pensar qué se hace con lo que se ve, rara vez empata la administración de la realidad con el triunfalismo retórico. Hemos transformado la nacionalidad de un individuo en argumento para diferenciar su condición humana. Todo triunfalismo político debería someterse a una revisión escrupulosa, cuando entre los efectos de un éxito aparente, se encuentra la vida de las personas.
En un país frecuentemente convencido de una generosidad sin matices, la consciencia de lo mezquino no se asoma en el apoyo de distintos sectores al cierre de nuestras fronteras. El cumplimiento de un acuerdo migratorio con Estados Unidos no solo satisface la sensación de urgencia, resuelve los ánimos xenófobos con los que nuestros problemas siempre son superiores a los de los demás.
Ojalá se tratará de la espada de Damocles. Su figura se ha banalizado para ejemplificar el peligro constante al que México se somete en su relación con el país vecino. Como el acuerdo, lo libresco está sujeto a distintas lecturas. La leyenda griega es más que el filo de la navaja.
A Damocles, adulador de Dionisio, le es otorgado por gracia del político un banquete en su lecho. Distracciones incluidas. Cuando el lisonjero no cabía de alegría, su sujeto de admiración ordena que le coloquen una espada encima de la cabeza. Damocles la observa sostenida por el pelo de un caballo y de inmediato, abandona su deseo por la felicidad. Pide permiso para retirarse. Dionisio, consciente de las amenazas que le comprometían, transmitió esa consciencia al cretino.
La leyenda no se trata de la espada ni de los peligros, sino de la consciencia acerca de ellos. Nada en el triunfalismo del Ejecutivo mexicano parece mostrar un ápice de dicha noción. Los peligros comerciales son negociables, los que caen sobre el vulnerable, no.
Si el costo de los experimentos con consecuencias sobre la gente debe estar sujeto a escrutinio, la revisión política se hace normalmente desde la consciencia de la derrota. Ninguna ausencia mayor en el gobierno mexicano. Como ningún político tiene su jubilación para resolver lo que le salió mal, es imprescindible cierta habilidad para hacer distancia sin tenerla. Para mirar desde el ejercicio las acciones sin mentirse.
El discurso del gobierno mexicano es kantiano. En él, mentir no es decir lo que es falso, como decir lo contrario a lo que se piensa. El problema es que lo que se piensa en Palacio Nacional, no es.
Hace un par de años conocí a un refugiado hondureño que, tras varios intentos por llegar a Estados Unidos, se vio obligado a abandonar su objetivo. Huía de las pandillas que atentaron contra su vida y la de su familia. En México, tres o cuatro veces le dispararon mientras se encontraba en el techo de un tren. La última, los perdigones lo derribaron. Ignoro qué será hoy de él. A su vida le quedaban infinidad de intervenciones médicas para retirar los pedazos de metal que se le alojaron en el cuerpo.
Por las palabras del canciller mexicano, ese hombre, que el único documento que cargó fue su desesperación, no podría entrar hoy a nuestro país porque nos causaría problemas. Más que los de él, supongo.
@_Maruan