Banalizar el salvajismo es la manera de asegurar su continuidad. Los círculos de violencia se comportan como espirales. Cada giro dibuja una línea de mayor magnitud.
No será la primera vez que recuerdo una frase de Arafat a mi madre, tras preguntarle si había caminado sobre terreno minado. “Caminar en un campo minado no puede ser derecho. O explotan las minas”.
Años después firmó los acuerdos de Oslo. Ahí, Abu Ammar renunció al terrorismo. Aceptó la coexistencia.
La detestable práctica de castigo colectivo que ejecuta Israel es bien conocida. Hamás tenía la intención de provocarla; reforzar con ella sus simpatías entre las generaciones hijas de la decepción y quienes confunden su barbarie con la primera intifada.
El cierre de Gaza también se suscribe al disfraz racional de la irracionalidad. Mientras unos están dispuestos a convertir en mártires a su población, otros normalizan un asedio que implica violaciones al derecho internacional.
Oslo no tomó en cuenta sus resistencias y crecieron. Pensó en el día después pero no supo cómo hacerlo. Los saldos están a la vista.
Las fallas en el sistema de seguridad israelí son responsabilidad del gobierno de Netanyahu. A pesar del dolor, es su propia sociedad quien deberá encargarse de la crítica más férrea. Hay asomos. Los mismos que, aunque quizá marginales, consideran la política de asentamientos y segregación un insumo para la ira y piden revisarse.
Una actitud similar es urgente del lado palestino, incluidas sus filias latinoamericanas. La no condena clara de la Autoridad Nacional Palestina a los ataques de Hamás, vulnerando sus propios compromisos, es estrategia de supervivencia política inmediata ante su deterioro.
La lógica del instante puede asumir la erradicación de Hamás como un objetivo. Sin embargo, la guerra contra el terror a inicio del milenio debió enseñar algo. Todo fundamentalismo es de raíz difícil y con resurgimientos peligrosos. Por eso deben articularse las vías políticas.
Hamás plantó las minas para caminar y hacer caminar sobre ellas. El gobierno de Netanyahu respondió con su propio sembradío. Nadie quiere zigzaguear. Avanzar derecho entre las bombas sólo es posible sin pensar en el día después de hacerlo.