La meca del box que es Tijuana ha dado durante décadas a algunos de los boxeadores más importantes de nuestro país. Por sus filas pasean airosos los nombres recientes de Erik Terrible Morales, Antonio Tony Margarito —un poco a contracorriente por los escándalos en que se ha visto envuelto— o Humberto Zorrita Soto. Pero las boxeadoras tijuanenses no tienen menos fuerza en sus cimientos, y Jackie la Princesa azteca Nava es el claro ejemplo de ello, quien, con 38 años de edad y 17 en el terreno del boxeo profesional, se ha coronado hace una semana como la nueva campeona mundial gallo de la AMB, en contra de la venezolana Carolina Fiera Álvarez.
Si las peleas de los boxeadores “consagrados” fueran igual de potentes que las de aquellos combatientes que apenas luchan por un lugar en el mundo profesional, o como las batallas libradas entre mujeres, en lo general, hablaríamos de un deporte que no tendría menos adeptos que los de las prácticas convencionales. Las ganas de salir al ring y reventar en estruendo las cabezas oponentes y la arena en júbilo y llanto provienen de la fe y la pasión genuinas. No lo concibo de otra manera: el boxeo profesional, lleno de luces y brillo metálico, en ocasiones se queda corto, a una altura casi insultante, en proporción costo-beneficio (o debería decir costo-espectáculo) respecto de lo que se podría esperar de él. Sin embargo, destellos sorpresivos y agradables suelen ocurrir cuando una Princesa Nava demuestra que ponerse los guantes es lo que mejor sabe hacer.
Cuatro años de ausencia en el ensogado no significaron mella para la tijuanense al disparar metralla contra la Fiera Álvarez, round con round, hasta provocar la deserción de ésta antes de empezar el octavo asalto, en una exposición de ráfagas de ambas representantes del pugilismo femenil que dejó en vilo al respetable. El pleito, que le costó una derrota más a la venezolana y a la mexicana le valió un séptimo campeonato, el cetro gallo y la mejora de su marca a 35-4-2, no fue sino el testimonio de una escuela importante decantada en Miguel Reyes, su entrenador, que deja ver que la Princesa, contrario a lo que la Fiera creía y deseaba antes de subir a medirse los puños, aún tiene mucho por ofrecer, y ya no precisamente (por favor) en una diputación federal.
Golpear y salir, clavada al centro y sin mucho movimiento estilizado, fue la base para desconcentrar a una Fiera desesperada por conectar al cuerpo de Nava, quien pudo adivinar gran parte de los recursos de la venezolana apenas iniciaba el primer episodio, para salir al segundo a quitarle el equilibrio con los golpes asestados la zona alta y aprovechando sus pasos largos y mal medidos, mientras la defensa completa de la mexicana cerraba el acceso a cualquier embate posible y su ataque hacía vibrar continuamente las cuerdas con el cuerpo de Carolina Álvarez a lo largo de toda la pelea.
Álvarez supo al segundo que la verdadera fiera era otra, y ya no pudo sacar la idea de su cabeza en los próximos asaltos, en los que el cuarto y quinto fueron un sueño derrumbado que se volvió pesadilla para ella en la sexta vuelta, cuando por poco la Princesa azteca la manda a la lona. Su equina ya no le permitió salir a intentar algo nuevo en el octavo: una buena decisión al saber de antemano si una batalla está perdida. La Fiera, que salió al cuadrilátero brava y en apariencia implacable, terminó siendo un gato casero y dócil, mientras la Princesa obtuvo lo que tenía que reclamar. Ahora la renovada Princesa feral quiere una Barbie para jugar, pero ya veremos qué sucede.
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La fiera era otra
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Martín Eduardo Martínez
León /