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El oficio de perder

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  • Martín Eduardo Martínez

Alguien dijo que los golpes más duros se dan abajo del ring. Contrario a lo que muchos puedan pensar, resulta que el acto de perder no es una tarea sencilla, mas no por el hecho mismo de encontrarse en la esquina opuesta del ganador, sino por la carga emocional e incluso social que ello implica. Como una reencarnación de Tom King, el protagonista del estupendo relato “Un bistec”, de Jack London —un boxeador venido a menos, con toda la suerte derrumbada y el talento, como su ego, completamente destrozado—, el director Samuel Jouy nos trae a Steve Landry, interpretado por Mathieu Kassovitz, en la película Sparring (2017, disponible en Netflix). Landry es un púgil que posee el récord casi insólito de 49 peleas, 13 victorias, 3 empates, 33 derrotas y 40 años: un verdadero fracaso para el deporte. No obstante, tal como a King, de London, a Landry lo mantiene en pie el deseo de educar y alimentar a una familia que, como contraparte a su carrera, no lo ha abandonado todavía.

Al no ser capaz de mantener a su esposa y sus dos hijos por medio de sus victorias en el cuadrilátero, y después de buscar difícilmente peleas como se busca un trabajo con apenas la secundaria terminada (pretende subir o bajar de peso, matarse para dar el ancho), Steve decide ser contratado como sparring para Tarek M’Bareck, mediopesado, en vísperas de su próxima pelea. El matadero espera a Steve y él lo sabe. En palabras que su esposa pronuncia a su hija, “ser sparring es cuando un campeón como Tarek contrata a un boxeador como tu papá para cagarlo a trompadas”. Así como esta secuencia desarrollada en el desayunador de su casa, la humillación pública es una constante en esta película francesa que, pese a que es posible clasificarla como un drama clásico y lineal, mantiene una tensión constante gracias a la creación de una atmósfera genuina que no necesita de escenas en las que observemos a Landry pelear en realidad. Al borde del retiro, Landry deja sin embargo su experiencia volcada en breves sesiones de coaching que el orgullo de Tarek no termina de aceptar sino hasta el final de la película, aunque no de manera explícita.

El cine estadounidense con temática boxística, y en general, nos ha educado para ver campeones que antes eran nadie (llamémosle Rocky y todo su imperio enfrente y detrás de las cámaras) y se convierten de pronto en los héroes que todos estaban esperando, en ese afán agringado de ganar eternamente sin importar lo que se tenga que hacer para conseguirlo. Sparring, por su parte, bien podría ser una apología a los perdedores y una aproximación certera al ser humano que porta unos guantes de box, y lo hace bien.

A través de unos muy atinados acercamientos de la cámara —un recurso clásico que en este metraje es sumamente rescatable—, que invitan a ser testigos íntimos de los personajes, principalmente de Landry; una emotividad que no cae en la cursilería barata; un guion llano pero con destellos destacables; personajes bien desarrollados y un soundtrack que funciona a la perfección con los momentos importantes de este drama, vemos de lejos la felicidad culposa que causa ver a otro ser lastimado, y aunque, en esa estructura básica en la que después de perderlo todo gana la última pelea de su vida, que más allá del triunfo sobre el ring es la alegría de dejar de sabotearse, nos queda una extraña y bella sensación de saber que no todo estará bien cuando lo único que se lleva en la sangre es la esencia de perder.

mar_mtz89@hotmail.com



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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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