Cultura

Aspirinas para el cáncer

  • Fajadores y estilistas
  • Aspirinas para el cáncer
  • Martín Eduardo Martínez

El año boxístico 2018 está por terminar y lamento mucho que, a tan sólo unas semanas para que eso suceda, en México sigan transmitiéndose peleas que valdría más no haber visto, protagonizadas por boxeadores que en sus cuerpos llevan más spots televisivos que sangre y masa muscular. Las comisiones recibidas en pago por las asociaciones y arenas donde se lleva a cabo el espectáculo del box no son bajas, pero como la bella tradición mexicana lo indica, mientras más grande sea la tajada mayor será la disposición para llevar a nuestros hogares el mal circo del engaño. Asociaciones, federaciones, comisiones y consejos no están salvos de entrar al juego, y las sumas que se mueven detrás de las pantallas son, con seguridad, impresionantes.

Vimos ya algunos ejemplos claros en la historia reciente del boxeo con la pelea entre Julio César Chávez Jr. (que amenaza con volver muy pronto a la función) y Saúl Canelo Álvarez (otro boxeador que, en lo personal, jamás ha logrado convencerme del todo), en la que el marketing duró cerca de medio año, entre controversias fabricadas e intercambio de palabras entre ambos peleadores al puro estilo telenovelesco, acedo, forzado y trivial, o el combate pactado el año pasado entre el estadounidense Floyd Mayweather y el irlandés Conor McGregor, peleador profesional y multicampeón en las artes marciales mixtas, combate que no se diferenció mucho de aquel en cuanto a su proceder en los medios de comunicación.

La semana pasada, para no romper con la costumbre, se presentaron a combate el nacionalizado estadounidense Brandon Bam Bam Ríos y el mexicano Ramón Inocente Álvarez, hermano y protegido de Saúl, en una puesta en escena sabatina que dejó un mal sabor de boca por la baja calidad del espectáculo. Lento, sin técnica de defensa ni de ataque, Inocente aguantó hasta el noveno episodio, cuando un Bam Bam con un físico en apariencia no muy bien trabajado ocasionó que el tercero en la superficie detuviera el combate, otorgándole en automático nocaut técnico en contra del tapatío. La batalla, que fue después de todo una simple aspirina para el cáncer tanto para el Inocente como para los fans de la dinastía Álvarez, sólo me hace reforzar mi punto de vista y reconocer en Álvarez un producto más que debería considerar el retiro, tanto como deberían hacerlo Julio César y Omar Chávez, que han generado en su carrera más risas y desagrado que victorias y dignidad.

Algunos peleadores se han retirado muy a tiempo antes de caer en el olvido o en la burla general de los espectadores, otros, demasiado tarde, como Robin Rockin Deakin, el inglés con uno de los récords más mediocres (53 derrotas de 55 combates) que existen en este deporte. Deakin se fue del boxeo profesional haciendo caso a su cuerpo ya maltratado, pero los hay quienes han hecho de perder o hacer el ridículo su estrategia para mantenerse “activos” y generando una especie de riqueza monetaria a costa de múltiples derrumbes en el ring, dejando de lado las cátedras de puños a cargo de genuinos guerreros que conocimos aún en la década de los noventa.

Esperemos que pase mucho tiempo (porque desafortunadamente pasará) para que volvamos a esa época relativamente reciente en que los nombres de Jorge Travieso Arce, Nery Pantera Saguilán o —el horror verdadero— Jorge Kahwagi eran una constante en los noticieros especializados, ni que se vuelvan a presentar en nuestros dispositivos nuevos rostros con las mismas nulas habilidades para boxear, porque, más que algo para reír, es preocupante que los manejos de las peleas y los nombres vengan en dosis completamente controladas. Y nosotros, ni en la vida ni en el box, estamos ya para estos juegos.

mar_mtz89@hotmail.com





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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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