No sé cuánto tiempo tendrá que pasar para que en México tengamos otra vez el gusto de poder elevar a algún boxeador a la categoría de héroe nacional. No lo tenemos, ni en el box, ni en otros ámbitos de la vida diaria fuera del deporte. Conocemos peleadores que han hecho de su carrera actualmente una serie de sorpresas agradables para quienes disfrutamos el boxeo en su concepción más pura y, sin embargo, parece que el retiro de Juan Manuel Márquez marcó la pauta para que dentro de algunos años no haya nadie capaz de llegarle a las zapatillas. Lo que sí sé es que para cuando usted, estimado lector, lea esto, ya sabrá todo lo ocurrido con la pelea de la que se ha estado hablando desde hace algunas semanas con más bulla: Canelo vs. GGG; tendrá sus propios juicios y habrá ganado o perdido sus apuestas.
Como no poseo la habilidad de ver el futuro, tampoco puedo afirmar ahora si el puño que el réferi Kenny Bayless levante habrá sido el del mexicano o el del kazajo, pero sí puedo asegurar que, si Saúl Álvarez gana el encuentro, habrá redimido un poco su reputación de boxeador “inflado” a la mala, independientemente de si el desempeño de Golovkin haya sido o no satisfactorio. Si, por otra parte, es el de Kazajistán, de 36 años, quien se lleve la victoria, sabremos entonces que Álvarez habrá caído desde lo alto y tendrá que pelear desde ahí hasta que un mejor panorama se presente.
Aquí, ante nuestros ojos como mexicanos y como espectadores, se está poniendo en juego algo más que una bolsa millonaria o el cinturón maya del CMB; se disputan algo mucho más importante: la fe. Canelo habrá luchado por mantener un estatus y una credibilidad que se encuentra débil desde hace mucho, mientras que GGG habrá sentido la presión de mantener una reputación que le dure unos cuantos años más y le dé fortaleza emocional antes de su inminente retiro.
Pocas veces, tratándose de un evento deportivo —en este caso el box, por principio— el apoyo del público mexicano se parte (el más claro ejemplo se encuentra en los partidos de la selección nacional de futbol) y se dirige al otro bando, pero en esta ocasión es clarísimo que el favorito, al menos en las apuestas y después del “clembuterolazo” y otras joyas de nuestro odiado y amado paisano, es Golovkin.
Digo todo lo anterior porque, queramos o no, Canelo es el púgil que nos tiene en vilo por el momento, y si bien no es el mejor boxeador que ha visto México (ni lo será, así que discúlpenme si a alguien hiero), sí es cierto que tiene que purgar sus fallos y penas del último año a través de la batalla librada en la Arena T-Mobile de Las Vegas, Nevada, con dos jueces que en anteriores pleitos le han dado la ventaja o al contrincante de Saúl o a GGG en sus respectivos combates.
Tengo que aceptar que el año pasado vi ganar a Canelo ante un Golovkin más soso en su técnica de ataque y en sus juegos de piernas, pero nada está asegurado. Quizá mi mexicano cursi en el fondo quiere ver a otro mexicano dejar el alma y la fuerza de los puños en el ring, pero ese romanticismo ya no es suficiente para que ayer, por ficcional que suene, a pesar de que exista la posibilidad de que el de Jalisco y su buen físico hayan sido derrotados en las 160 libras, y las palmas, reconocimientos y dinero vuelen a Kazajistán, la noche haya sido una muy triste.
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15 de septiembre
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Martín Eduardo Martínez
León /