“Empiezo temprano porque quiero llegar y voy a llegar. Sacar al PRI de Los Pinos ciertamente no es tarea fácil, pero tampoco es imposible”, me dijo Vicente Fox en una entrevista desde su rancho San Cristóbal luego de las elecciones federales intermedias de 1997 publicada a plana completa en El Diario de Ciudad Juárez.
Llamaba la atención el movimiento tan adelantado que hacía el entonces gobernador de Guanajuato, el empresario bronco y dicharachero que se ufanaba del tiempo que pasaba fuera de su estado, lo cual era posible, decía, gracias a su celular, aparato que, según él, le servía para no descuidar su responsabilidad constitucional.
En un tiempo en el que la frase de Fidel Velázquez ejemplificaba la regla no escrita del priismo: “el que se mueve no sale en la foto”, intentar posicionarse con tres años de anticipación parecía excesivo. Pero luego el término “excesivo” alcanzó un nuevo nivel, si se toman en cuenta los 18 años del descarado activismo político de López Obrador para llegar al Palacio Nacional.
Ahora, luego de la aduana electoral del domingo pasado, las piezas en el tablero político empiezan a reacomodarse con miras en la sucesión electoral. A nivel federal, los cambios en el gabinete y el reacomodo en la correlación de fuerzas marcan solo el inicio de la temporada que culminará el 2 de junio de 2024. A nivel estatal, desde hace meses está en marcha la estrategia para la continuidad.
Ahora mismo, los doce meses que nos separan con la cita en las urnas no estarán ajenos a la dinámica gubernamental con las operaciones políticas que se habrán de desplegar.
Ya pululan los rostros sonrientes de los políticos de ocasión en los espectaculares de toda índole haciéndose pasar por anuncios de entrevistas en publicaciones de desconocido tiraje que surgen prácticamente de la nada como los hongos después de la lluvia.
Serán 52 semanas intensas de pretendido posicionamiento al borde de lo que las leyes electorales mandatan y –hasta ahora– han podido imaginar. La sucesión está ya en marcha.