Luego de la votación de la reforma eléctrica la noche del domingo en el Palacio Legislativo de San Lázaro, los ánimos se encuentran aún caldeados. Que simpatizantes de ambos bloques intercambien acusaciones al calor político es comprensible, lo que es preocupante es ese halo de severa confrontación que tiene sumido al país desde hace 20 años.
No está de más recordar que el principal promotor de ese ambiente de polarización es el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador. En diciembre del año 2000, durante su primera semana como Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, trazó su estrategia hacia la Presidencia de la República, a la que aspiraba aunque en público pedía que se le “diera por muerto”, con base en una campaña de contraste y oposición al presidente Fox.
Desde entonces. el país se divide en dos: ellos y nosotros. Héroes y villanos. Conservadores y liberales. Vendepatrias y el pueblo bueno.
En la segunda mitad del sexenio acudimos a una reedición de la confrontación al calificar a los adversarios políticos como “traidores a la Patria”, lo cual es un despropósito, porque con los adversarios se tienden puentes y se construyen consensos, mientras que con los segundos, no hay espacio ni margen de maniobra. El único destino posible es el destierro, o peor aún: la muerte.
Una democracia moderna como la que se pretende tener en México no puede darse el lujo de hostigar al adversario. Bien harían los partidarios de la divisón en reconsiderar que la añeja estrategia de polarización de López Obrador opositor no tiene cabida en su gobierno, o corre el riesgo de que sea esa la marca de su sexenio desperdiciado.
Mario A. Arteagamario.arteaga@milenio.com