Los viajeros nos relatan la diversión de los pueblos pequeños en años pasados, consistente en grupos de artistas ambulantes que ofrecían su función en los patios de las casas o en las afueras de los pueblos. El capitán G.F. Lyon nos describe una de estas exhibiciones en un pueblo minero de Jalisco, en 1826.
“Era una noche de luna, y nos dirigimos al patio de una antigua mansión, que albergaba como a 800 personas. Los boletos, a medio (o tres peniques) sumaron 50 pesos. El patio se iluminaba con cuatro pilas llameantes de ocote, sobre cunas de hierro. Los espectadores se acomodaban sobre el suelo envueltos en sus listados sarapes, aunque algunos llevaban sillas o bancos. Cinco milicianos preservan el orden de la multitud.
“La danza de las cuerdas fue regular, particularmente ejecutada por una mujer ya vieja y muy gorda, que se veía presa de miedo de sufrir alguna caída. Un chico de unos doce años nos sorprendió por la variedad de sus posturas y contorsiones, excediendo de lejos lo que había visto en Europa. El payaso deleitó a los visitantes más respetables con el relato de un cuento vulgar.
“Uno de los danzantes se sentó sobre la cuerda restirada, y habló así: ‘Caballeros y señoras, como estoy a punto de dar un salto mortal, les ruego donen algún dinero para la celebración de una misa.’ Prevaleció el silencio: el volatín intentó ejecutar su prometida cabriola pero falló, cayó de bruces, y no se donó dinero para él o para la misa. Siguieron cohetes y volteretas por dos niñitos. Luego, el volatín fracasado, se colgó de la cuerda en balanceo, con una mano, con los talones, los dedos de los pies, y con los dientes”.
Acostado en el piso, con los pies rodó una viga, ejecutó una suerte que dice el abate Clavijero fue exhibida por orden de Moctezuma para la diversión de Cortés y sus oficiales. El entretenimiento concluyó con dos comedias frente a tres sábanas colgadas. Los espectadores daban una lección de quietud y buenos modales como no se veía en Londres.”
Estas sencillas diversiones de los pueblos alejados de la metrópoli, eran la sana diversión de la época. En Tampico recién fundado, también las había, por eso se llama una calle, equivocadamente “del Volantín”, siendo su correcta pronunciación “Volatín”.