Tanto las intervenciones de Cuauhtémoc Cárdenas como las de Gustavo Leal, representante de la Fundación Propuesta Uruguay 2030 del Frente Amplio que hoy gobierna a la nación charrúa, hicieron del acto del 25 aniversario, un acto de reflexión más que protocolario. El de Cárdenas dirigido al PRD y el del uruguayo al pensamiento estratégico de la izquierda.
Gustavo Leal señaló que una tarea fundamental de la izquierda es escuchar, aunque con ello se corra el riesgo de ser convencidos, pues para ganar se requiere la construcción de amplios consensos y alianzas, fácil con los que se piensa igual, difícil con los que se piensa diferente.
Cárdenas fue sobre el reclamo de los principios, la ética, la distancia entre lo que quisimos y lo que hicimos.
Ambos discursos en su integridad plantean un rico canasto de conceptos para la reflexión y el debate, pues además, no siendo contradictorios, ambos discursos, el de Cuauhtémoc Cárdenas y el de Gustavo Leal, plantearon visiones sobre los compromisos alejados y la necesidad de construir una cultura política distinta. Para uno desde los principios, para el otro desde la estrategia.
Aplicadas a México las propuestas del uruguayo, éstas deben pasar por las duras experiencias nacionales, donde históricamente y en más de una ocasión, el escuchar, el aceptar tratar y dialogar ha sido el terreno del agazapado, el poder ventajoso sobre la buena fe del opositor o el insurgente, considerado ingenuo por ende.
Desde la tragedia de Moctezuma, recibiendo como dioses a los invasores que no veían almas, sino oro. Que masacraron a su pueblo inerme y anfitrión, pasando por el abrazo de Acatempan, la Decena Trágica a manera de respuesta a los Tratados de Ciudad Juárez, hasta el abrazo de Adolfo López Mateos a Rubén Jaramillo o la “mano tendida” de Gustavo Díaz Ordaz al movimiento estudiantil el 2 de octubre de 1968, existe renuencia histórica al diálogo y el debate entre fuerzas opositoras. Se permite en fuerzas sociales, en la política no.
Esto ha significado que la fuerza natural de la política se vaya a los escondrijos y los conciliábulos, sin testigos, sin conocimiento público, sin agenda, sin la presión de terceras voces. Lo que podría ser fuerza del argumento ideológico, político y legislativo termina siendo considerado actos sin consenso ni claridad.
Son muchos los casos donde en la forma se perdieron los principios, ya sea por amenaza o por intereses particulares o personales de los protagonistas; sin embargo, daña que el diálogo y el escucharse, significa traición a los principios, pues se parte de la fatalidad y se le concede terreno al autoritarismo.
Cuando el poder dialoga con los opositores, el poder razona por instinto como depredador. Todo diálogo con el poder está marcado por el “principio de autoridad”, y bajo este elemento el poder subordina el diálogo a un complemento de la imposición y la amenaza.
En México, la visión de la izquierda sobre la democracia tuvo que vencer y convencer desde las afrentas no saldadas por el sistemático uso de la represión y la violencia de Estado contra los movimientos opositores, fueran políticos o sociales.
El asunto de si la izquierda debía ir al parlamento en 1979 o no, como ahora al Pacto por México, ha generado debates, acusaciones, escisiones y divisiones. Se han opuesto los caminos entre la lucha social y la política, los que consideran que solo con manifestaciones al Zócalo se logrará cambiar las estructuras de la República. Se confrontan en lo estratégico, ayer y hoy, reformas contra movilización. Acción legislativa contra la espera del derrumbe.
En el PRD, las faltas a la ética y la legalidad nos alejaron de lo que fue nuestro compromiso primero y fundacional. Esto nos llevó a muchas inconsecuencias. El viejo sectarismo anterior a 1988 se impuso en el PRD en forma de estatuto. Esto nos hizo suprimir el debate, la inclusión, la solidaridad mutua y la crítica, por las cuotas de poder, que se reflejó en el 25 aniversario hasta en la existencia de tres conductoras, como reflejo de todo como existe en el PRD.
Hoy permanece en el PRD y en la izquierda como idea hegemónica y excluyente que la única forma de lucha es cerrar Paseo de la Reforma o tomar el Zócalo, como máxima estrategia política de presión.
Esta idea coexiste con la de considerarlo un error monumental y autodestructivo, y por ello no se ha podido pasar de la “resistencia” a la idea de construir una política alternativa. El error sigue ahí agazapado, y por tanto, la fuerza de la izquierda no se ha liberado: siendo un lastre para otros es patrimonio, es el monumento a no escuchar, complementando a los poderes fácticos.