Cultura

La última infancia sin WiFi

Hace algunos días reflexionaba acerca de que algunos de nosotros somos la última generación que vivió una infancia sin celular, sin redes sociales, sin la ansiedad de mostrarle al mundo cada paso que dábamos. Los últimos en mirar por horas el techo sin sentir culpa, en leer un libro sin interrupciones digitales, en pasar la tarde entera en la banqueta solo por estar.

¿A qué jugabas? ¿Te acuerdas de ti sin internet? ¿De las tardes en la calle sin miedo al peligro? Vivimos los cambios más abruptos de la historia reciente: del casete al MP3, del disquete al disco duro, del teléfono fijo a la videollamada. Transiciones que no solo cambiaron los aparatos, sino también las formas de sentir, de comunicarnos, de recordar.

Crecimos grabando canciones de la radio, rebobinando con una pluma Bic, pidiendo permiso para llamar por cobrar. No teníamos chats, pero escribíamos cartas. No había emojis, pero sabíamos leer miradas. Éramos dueños de una libertad que hoy parece una leyenda urbana: salir a jugar sin ser localizados, aprender de las caídas sin que alguien lo subiera a internet, perderse y encontrarse sin necesidad de Google Maps.

Pero no todo era mejor. También cargábamos silencios pesados, aguantábamos más de la cuenta por no saber decir que no, y muchas veces confundimos obediencia con respeto. Nos enseñaron a callar para no incomodar, a trabajar sin pausa como sinónimo de éxito, a medir el valor propio por lo que hacíamos y no por lo que éramos.

Hoy, en esta era hiperconectada, las nuevas generaciones -a quienes muchos critican- nos están enseñando algo que quizá olvidamos en el camino: que la paz mental es más importante que un currículum lleno; que decir “no” a tiempo puede salvarnos de nosotros mismos; que no necesitamos demostrar nada todo el tiempo para merecer descanso, amor o validación.

¿No es maravilloso que alguien más joven nos diga con firmeza que el autocuidado no es egoísmo? Que la terapia no es signo de debilidad, sino de valor. Que poner límites también es una forma de amor propio. Ellos han aprendido a pausar, y a muchos de nosotros nos urge hacerlo también.

Es por eso que escribo esta columna que no es un lamento por el pasado ni una crítica al presente. Es un puente entre dos mundos. Recordar no es quedarnos atrapados en la nostalgia, sino honrar lo vivido para caminar con más conciencia. Qué afortunados somos de haber conocido ambos lados: el juego libre sin pantallas y la tecnología que nos conecta con seres queridos a kilómetros de distancia.

Quizá el secreto esté ahí: en aprender a apagar el celular cuando lo necesitemos, en disfrutar sin documentar, en desconectarnos para reconectarnos con nosotros mismos. En rescatar lo mejor de cada época: la ternura de lo simple y la valentía de lo actual.

Porque en el fondo, todos seguimos buscando lo mismo: un poco de paz, un rincón seguro, una risa que no se publique y un recuerdo que no necesite likes para valer la pena.


Google news logo
Síguenos en
Magda Bárcenas Castro
  • Magda Bárcenas Castro
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.