Cultura

Coincidencia digital y memorias de papel

No estaba buscando nada en particular, solo navegaba por Instagram, dejando que el algoritmo decidiera por mí, cuando un reel se detuvo frente a mis ojos: el rostro de Alberto Laiseca, mi mentor, aparecía en la pantalla.

En el video, hablaba de su mítica biblioteca personal, esa catedral de papel donde cabían todas las ficciones posibles. Su voz -grave, pausada, irónica- llenó el silencio de la habitación como si hubiera atravesado el tiempo para recordarme que los libros no se pierden, solo esperan ser reencontrados.

En ese instante pensé en cómo funcionan las coincidencias. El universo parece tener su propio sentido del humor: uno cree andar sin rumbo por las redes sociales, pero algo -una imagen, una frase, una presencia- termina por enlazarnos con quienes fuimos, con lo que amamos o incluso con quienes ya no están. Las redes, tan impalpables, se convierten a veces en la extensión de nuestra memoria afectiva.

Entre los cientos de comentarios debajo del video, hubo uno que me llamó la atención: Carolina Selicki Acevedo, periodista cultural argentina. Su mensaje hablaba de Laiseca con una mezcla de respeto y ternura, de quien lo había conocido más allá de la figura del escritor mítico.

Le escribí por mensaje directo, casi por impulso. La conversación fluyó con una naturalidad extraña, como si ambos supiéramos que ese encuentro digital debía ocurrir. Me dio su número y, días después, desde Argentina hasta México, hicimos posible una charla que pronto se transformó en esta historia.

Carolina recordaba su primer encuentro con Laiseca en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, allá por 2007. Era estudiante de periodismo en Mar del Plata cuando se acercó al puesto donde él firmaba ejemplares.

En lugar de darle un correo, Laiseca le anotó un número de teléfono fijo y le dijo: “Llámeme de noche, soy noctámbulo”. Así comenzó su historia con el maestro.

Tiempo después, lo entrevistó en su departamento de Caballito, rodeado de gatos, vino, mate y su inseparable máquina de escribir “La Soviética”. Al principio, la charla fue tensa; ella llegó tarde, y él, entre seco y burlón, le pidió que guardara las facturas que había llevado de regalo.

Pero todo cambió cuando Carolina mencionó que su padre había trabajado en Telefónica, como el propio Laiseca en su juventud. “¿Así que su padre es telefónico?”, le dijo él, y una sonrisa torció el gesto. A partir de ahí, las respuestas se abrieron como ventanas: hablaron de literatura, de la soledad del oficio, del deseo de escribirlo todo.

Antes de despedirse, él le regaló un ejemplar mecanografiado de "El Manual sadomasoporno" y le pidió que lo leyera. Semanas después, cuando Caro lo llamó para comentarle sus impresiones, Laiseca bromeó: “Incluí un tratado de geometría porque si no, nadie me lo iba a publicar”. Rieron. Y ese gesto -la ironía como forma de ternura- la acompañó para siempre.

Hoy, Carolina es docente y periodista cultural en Buenos Aires. Y me contó que aquella entrevista fue una lección sobre empatía y escucha: “Cada entrevistado es un mundo distinto; hay que encontrar el punto de conexión para que aparezca la verdad”.

Quizás por eso su recuerdo de Laiseca no es solemne ni trágico, sino cálido. En su memoria, el gran escritor argentino no está solo en sus libros, sino también en los mates compartidos, en los gatos que rondaban su mesa, en las risas después del "miedo" inicial.

Al final de nuestra charla, comprendí que nada de esto fue casual. Que las redes -con todos sus algoritmos y superficialidades- también guardan la posibilidad del encuentro.

En un scroll infinito puede aparecer la voz de un maestro que se hizo eterno, el comentario de una periodista del otro lado del mapa, y una conversación que devuelve al presente lo que creíamos perdido.

Laiseca sigue vivo, no sólo en las páginas de "Los Sorias" o en los videos que narran sus cuentos de terror, sino en esa cadena invisible de coincidencias que une a quienes todavía creen en la literatura como una forma de resistencia y de amor.


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Magda Bárcenas Castro
  • Magda Bárcenas Castro
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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