La historia de México y sus instituciones está llena de ejemplos —claros y oscuros— respecto del alto costo que a lo largo de décadas se ha pagado para construir la seguridad jurídica de las instancias que custodian ese gran valor social al que llamamos democracia.
Una mirada retrospectiva sobre el transcurrir del siglo XX nos recuerda los 73 años del PRI en la presidencia como partido hegemónico, que aún hoy conserva su vigencia en al menos 5 estados de la república que siguen sin conocer la alternancia: Estado de México, Colima, Campeche, Hidalgo y Coahuila. Para México, el año 2000 representó no sólo el advenimiento de un nuevo milenio sino la llegada a la presidencia del país de un candidato de partido político distinto.
Ya se han logrado muchos de los objetivos planteados hace unas décadas, ahora es tiempo de transitar a otras etapas de la vida democrática. En todos los foros se acepta y elogia el crecimiento, desarrollo y madurez de la democracia mexicana, en consecuencia, ¿no es tiempo ya de asumir como reales y verdaderos esos logros, de manera que se consolide esa etapa y se transite a una de auténtica austeridad electoral?, ¿bajo qué criterio de lógica elemental continúan siendo necesarias las costosísimas medidas de protección y cuidado que requirió la consolidación democrática hace más de cuarenta años?
Es tiempo de evaluar si a este país le conviene seguir gastando miles de millones de pesos año con año, para sostener la nómina de ejércitos de burócratas que organizan, cuentan, recuentan y verifican los votos y las elecciones. México y su población requieren gobiernos y gobernantes honestos, capaces y eficaces, no oportunistas que ven en este océano de millones de habitantes la oportunidad de hacerse de fortuna y poder.
La democracia mexicana exige el trabajo serio, constante y bien articulado del gobierno, que el mandato popular deje de ser lugar común de discursos políticos para convertirse en realidad de corresponsabilidad. La historia nos ofrece grandes enseñanzas y lecciones de vida que es necesario atender; el altísimo costo de la democracia mexicana hizo posible que llegara a la presidencia de la república un candidato de partido distinto al PRI, pero también ese gran logro sigue teniendo pendiente una gran deuda en cinco estados sin alternancia democrática. La corrupción, la impunidad y la pobreza continúan siendo flagelos que hieren gravemente nuestras dinámicas sociales. El costo de nuestra democracia no guarda relación con el precio que pagamos. En una de sus reflexiones, Maquiavelo le sugiere al Príncipe: quien hizo la ley, hizo la trampa.