El martes compartí una mesa de diálogo con Waldo Fernández y con un buen grupo de alumnos y maestros de la UDEM sobre un tema de actualidad: fake news en la política y el periodismo.
El método fue muy interesante, una simple serie de preguntas y respuestas. Es así como funciona todo acto de conocimiento y, por lo tanto, todo proceso educativo. Lo que iba pasando dentro de cada quien se alcanzaba a ver en las caras. Supongo que en la mía también. Quiero escribir hoy algunas de las ideas que pasaron por mi cabeza.
Lo primero es que antes de lanzar un juicio sobre las fake news deberíamos tratar de entender un poco más el papel que juegan en la política. De otra manera, se correría el riesgo de hacer fake news sobre las fake news.
Lo segundo es que estas fake news viralizadas, que cuentan con la aportación anónima y fácil –en un clic– de miles de personas, contienen un mensaje. Caótico, no verificado, escandaloso, pero mensaje al fin. Es como un gesto de furia, cuyo contenido solo puede ser una furiosa negación: “¡No, así no!”.
Lo tercero, es que una acepción clásica del significado de fake news está en el título del ensayo On bullshit de Harry Frankfurt: a diferencia del simple mentiroso, al productor y propagador de bullshit no le interesa la verdad, le interesa solo el impacto.
Lo siguiente es que la verdad interesa cada vez menos. No existe el hábito de dudar, de verificar, de preguntarse si realmente es así. Estábamos demasiado acostumbrados a que la certeza nos la daba el argumento de autoridad, el libro, la enciclopedia, el maestro... pero ahora, nadie.
Y lo último es que ahora somos –o deberíamos ser– nosotros mismos los que, con un criterio de verdad propio, compuesto de nuestra experiencia, conocimiento y capacidad crítica podríamos validar nuestras afirmaciones. Aunque sabemos que la verdad nunca será definitiva, ni única, ni superior a las verdades de otros, estamos en posibilidad de seguirla buscando, de disfrutar la diversidad y sobre todo de no renunciar a la inteligencia.
luis.petersen@milenio.com