Leonardo da Vinci solía decir que “las mejores lecciones de pintura las podemos encontrar en las manchas de humedad de la pared”, y al ser la pintura un reflejo del propio artista, dichas “manchas en la pared” son un detonante que sirve para expresar lo que antes el artista desconocía que podía expresar.
Las pruebas de Rorschach funcionan de manera similar. Hermann Rorschach, en el contexto del nacimiento del psicoanálisis, ideó una serie de manchas amorfas de tintas que el sujeto de estudio tenía que interpretar con el fin de evaluar su personalidad. Desde sus primeras publicaciones en 1921, la técnica de Rorschach se ha pulido y perfeccionado lo suficiente para ser una herramienta útil con la finalidad de determinar trastornos en la personalidad de los pacientes.
¿Y esto qué tiene que ver con la economía? La economía, como la psicología, al ser una ciencia social, está sujeta a los vaivenes de la mente humana y a su interacción con otras mentes humanas. En ese sentido, los datos económicos, como las manchas de humedad en la pared, siempre han estado sujetos a la interpretación de la persona que los lee. Nada nuevo aquí. Sin embargo, en la época que estamos viviendo, este efecto se ha acentuado aún más.
Obviamente, al ser una interpretación personal de los datos, ésta está sujeta a los sesgos, experiencias y traumas de la persona que interpreta. Permítanme poner un ejemplo: La Fed de Richmond (Virginia) hace un sondeo trimestral respecto al optimismo de los Directores de Finanzas (CFO) de distintas empresas sobre el camino que está siguiendo su empresa y la economía. En esta encuesta, el CFO tiene que responder qué tan optimista se encuentra para los siguientes 12 meses sobre el derrotero de su empresa y sobre el de la economía. Invariablemente, los CFOs son más optimistas sobre lo que “pueden controlar”, es decir, sus empresas, que sobre el camino que seguirá la economía (un sesgo cognitivo llamado “exceso de confianza”). Sin embargo, en las últimas observaciones, este diferencial está en su máximo histórico de 20 años. Es decir, el CFO está mucho más optimista sobre el futuro de su empresa que sobre el de la economía.
El anterior es un claro ejemplo de que las personas interpretan los datos según sus experiencias y sesgos. Ahora, si generalizamos el ejemplo anterior a otros jugadores del mercado y a otros datos económicos podemos encontrar cosas interesantes. Por ejemplo, enfoquémonos en el crecimiento económico. A principios de enero, el Banco Mundial sacó sus pronósticos de crecimiento para los distintos países. En general, ellos revisaron sus pronósticos a la baja. Particularmente, la expectativa de crecimiento global para 2023 la bajaron de 3% a 1.7%, la de EE.UU. de 2.4% a 0.5% y la de México de 1.9% a 0.9%. Por otro lado, a finales de enero (menos de un mes de diferencia respecto al Banco Mundial), el Fondo Monetario Internacional (FMI) sacó también sus pronósticos de crecimiento para 2023. Contrario al Banco Mundial, ellos ven una aceleración, es decir, ajustaron sus pronósticos al alza, a saber, el crecimiento global lo ajustaron de 2.7% a 2.9%, el de EE.UU. de 1% a 1.4% y el de México de 1.2% a 1.7%. ¡Existe un abismo entre la opinión del Banco Mundial y la del FMI! ¿Qué está viendo uno que no está viendo el otro?
Esta es la economía de Rorschach, una economía que, además, se autoalimenta ante la falta de visibilidad de los datos que, en nuestros días, se está volviendo un mal endémico. Sin consensos y sin puntos fijos a los que asirse, la gente tiende a potencializar sus miedos y esperanzas, dando como resultado una heterogeneidad en los pronósticos que asombra. ¿Qué consecuencias tiene esto? Que la volatilidad se mantenga y que la dirección de los mercados no sea clara.
Estamos viviendo una época sin parangón, sin precedente. Podemos sacar algunas rimas históricas para intentar asirnos de algo y no sentir que vamos caminando a ciegas, pero la verdad es que las comparaciones son bastante débiles y, por lo tanto, sujetas a un margen de error grandísimo.
Termino estas líneas con un tono más poético, citando a uno de mis autores favoritos, Fernando Pessoa, sobre el riesgo de buscar intentar interpretar la realidad desde la experiencia: “Me complace ver con los ojos y no con las páginas leídas”, decía Pessoa en boca de Alberto Caeiro. Dicho esto, confiésese estimado lector, ¿usted es de los que ve con los ojos, o con las páginas leídas?
Por Luis Gonzalí, CFA. VP/Co-Director de Inversiones en Franklin Templeton México