¿Y sabrán los políticos para qué?
Yo fui un viejo amante de los filósofos griegos, porque Platón nos permitió entender los procesos existenciales y la definición de amor, como motor positivo del cosmos. Sócrates nos enseñó a respetar la ley y murió por eso y Aristóteles nos definió la política como el arte-ciencia de servir a la ciudad. Eso, más todos los precursores del teatro, de las matemáticas y de la biología médica, están presentes en la historia de ese gran pueblo que nos legó el humanismo integral y el conocimiento, así como el amar, comprender y perdonar. Esto último, igual que lo hizo Cristo en su célebre y solemne oración.
Estos razonamientos, muy claros y muy bien descritos y justificados, han sido desvirtuados por el hombre, en su afán por la política del poder, sobre todo ahora que va a haber elecciones para cambiar presidente, algunos gobernadores, el Congreso, diputados y senadores.
En fin, va a haber una verdadera revolución de quienes quieren alcanzar el poder, pero yo me pregunto si saben para qué es este enigma de tener capacidad de influir en la vida de los demás y pienso, como muchos, que el rumbo está perdido.
Y lo que me da más tristeza es que los avances científicos y tecnológicos, así como de la comunicación, las revoluciones francesas, el parlamentarismo inglés, el concepto de República de Maquiavelo, todo eso no lo conocen quienes aspiran a ocupar los puestos públicos importantes, lo que se expresó en forma ridícula con el compromiso de: “Si no ganas, como quiera te doy un trabajo en el gobierno que voy a presidir”.
Esto es increíble desde el punto de vista de la política hecha bondad y servicio, pues ratifica que la política ahora se dedica al conflicto, al interés personal, a la incapacidad de perdonar y sobre todo ha perdido la sabiduría del arte-ciencia de conciliar, comprender y utilizar el método hegeliano de la síntesis, la antítesis, la contradicción y la búsqueda de la verdad a través de comprender la verdad de otros, porque eso también nos enseñó la cultura helénica.
Yo veo con tristeza y siendo testigo de la última parte del siglo XX y el inicio del XXI, que cada vez que el ser humano se dedica a la búsqueda del poder, está más desorientado y para ganar sus puestos usa el insulto, la difamación, el carisma hecho fuerza a través de la comunicación, perdiendo así su autenticidad, que es elemental para servir a otros, definición fundamental
del quehacer político.
Este tema, que es mundial, ha repercutido mucho en nuestro país, quizá más allá de lo que esperábamos porque, al margen de los errores de la postrevolución, que fueron muchos, ahora la política ha perdido la capacidad sublime que tenía en sus definiciones previas de servir a los demás y no de servirse él a través de los demás y no aceptar la contradicción, la réplica y la crítica, ni tampoco fomentar la unión de las fuerzas de una comunidad en beneficio general.
Yo espero, como decía Arnold Toynbee, historiador y filósofo británico, que venga un fenómeno de aceleración histórica y que todo esto cambie, pero los síntomas que se pueden ver claramente en nuestra nación, son de que vamos en pos de la deformación de los valores y del aprovechamiento del poder, perdiendo hasta la gramática y cambiando la capacidad de comprender, por el insulto y todos los valores negativos de la comunicación interhumana.
Descartes: Pienso, luego existo… Requerimos la llegada de un nuevo Cristo, pero no el que se aparenta, como sucede, sino el verdadero, el del amor y el perdón.