¡Quiéreme como soy!, dijo la joven escritora a su pareja, no en el tono imperativo y condicionante de quien, por egoísmo, capricho o necedad no está dispuesto a transigir, sino con la extraña vehemencia de una ambigua firmeza, matizada con un dejo casi de súplica y angustia en su voz, como si fuese consciente de que esa, su manera de ser y de vivir fuera la única “tabla de salvación” que hasta ese momento le había permitido seguir adelante, en un mundo que cada vez con mayor frecuencia, le hacía sentirse más diferente, sola e incomprendida.
La escena resulta profundamente humana, pues en mayor o menor medida, nos demos cuenta o no, con frecuencia emociones como esas nos resultan familiares a todos, lo que habla de la “universalidad” del argumento del filme, aunado esto, a la maestría interpretativa de la actriz, así como al eficiente trabajo del análisis de textos, la dirección actoral y escénica, la fotografía, la ambientación y un largo plus de factores que suman para crear una obra de arte, de la narración de una historia humana.
Pero más allá del mérito cinematográfico y dramático de la película británica (2001) sobre la vida de la filósofa y escritora Jean Iris Murdoch, titulada originalmente “Iris”, (Judi Dench, Kate Winslet, Jim Broadbent, y Hugh Bonneville), palurdamente rebautizada como:
“Un amor que atraviesa generaciones”, la frase que preludia estas líneas, pronunciada desde el fondo del alma de actriz y personaje, revelan ese desolador dilema que representa la necesidad que todos tenemos de ser aceptados, sin renunciar a nuestra singularidad; de ser amados, sin menoscabo del amor a nosotros mismos; de disfrutar de compañía, sin perder la libertad.
Se dice que toda elección implica una renuncia.
Y en el mundo de hoy, donde se privilegia el desarrollo personal, la autoestima, la realización personal y la libertad existencial, no resulta fácil conciliar lo que queremos tener, con aquello a lo que debemos renunciar para conseguirlo.
Aunque a veces, inusitadamente nos ayude a reflexionar y comprenderlo cabalmente, la tarde de un domingo de cine.