Cultura

El origen de las corridas de toros

  • Columna de Laura Ibarra
  • El origen de las corridas de toros
  • Laura Ibarra

Para mucha gente, en México como en España, la asistencia a la plaza de toros es parte de sus actividades dominicales. En la madre patria casi en toda ciudad, pueblo o aldea se celebran regularmente corridas de toros, sobre todo, en las fiestas patronales. Se calcula, según datos del periódico El País, que alrededor de 50,000 toros son sacrificados anualmente. Aunque también allá, como aquí, existen voces que denuncian las corridas como un acto de crueldad innecesaria a los animales y reclaman su prohibición o de menos un ejercicio en donde no se les infrinja dolor a los animales. En Barcelona, desde el 1 de enero de 2012 están prohibidas. Pero, ¿cuál es el origen de las corridas?

En la antigüedad, el culto al toro fue uno de los elementos de la cultura mediterránea. El conocido mito griego del Minotauro (un ser con cabeza de toro y cuerpo humano que nació de la unión de la reina de Creta con un toro) refiere la existencia de sacrificios rituales en los que la víctima era un toro. Los romanos sacrificaban toros para agradecer a sus dioses y muchos hombres se bañaban en su sangre, con el fin de obtener fuerza y fortuna. Más tarde, el sacrificio ritual fue secularizándose y convirtiéndose en una fiesta popular. Su supervivencia en España se explica por el aislamiento que durante siglos caracterizó al medio rural español. En algunas regiones, el culto al toro como divinidad se fusionó a la veneración de algunas imágenes cristianas.

De los siglos posteriores a la época romana y hasta el siglo XI, existen pocas fuentes que refieran el carácter sagrado de los toros o que hagan suponer la existencia de su sacrificio ritual. Pero, a partir del siglo XII, comienzan aparecer textos e ilustraciones que documentan que esta práctica no se había extinguido, sino que continuaba desarrollándose como un juego lúdico, practicado sobre todo en las fiestas nupciales, sin perder del todo las ideas míticas que asociaban al toro con las divinidades.

En Las Cantigas de Santa María, de Alfonso X (1221-1264), aparecen ilustradas fiestas populares que muestran la costumbre de hacer intervenir un toro en las ceremonias nupciales. En estas fiestas, tanto el novio como la novia trataban en diversas formas de entrar en contacto con el toro. Se pretendía enfurecerlo y herirlo hasta hacerlo sangrar y luego poner en contacto su sangre con los vestidos de ambos. El fin de todo esto no era enfrentarse al toro, sino entrar en contacto con el enorme poder de engendramiento que se le atribuía al animal. Probablemente como resto de antiguos rituales, los novios estaban convencidos de que apropiándose de alguna manera de una pequeña porción de la sangre del toro participaban de su poder generador, lo que les hacía aumentar sus esperanzas de descendencia.

En Las Cantigas, un poema describe cómo un caballero que iba a casarse escogió entre los toros que le llevaron para celebrar las fiestas nupciales al más bravo y ordenó que los criados y amigos lo corrieran, es decir, que lo llevasen a la casa de la novia, azuzándole con sus capas. Pero, ante la bravura del toro, los hombres no lo corrieron y se refugiaron en lo alto de una terraza. Desde este lugar, le arrojaron dardos y objetos punzantes para herirlo y hacerlo sangrar.

En algunos pueblos de España, existía la costumbre que el novio, durante las celebraciones nupciales, sacara un toro del matadero. Atado de los cuernos, los amigos del novio lo corrían con sus capas a la casa de la novia. Al llegar ahí, el novio le colocaba dos banderillas que habían sido decoradas por la novia y después se le daba muerte al toro.

Como ya mencionamos, en algunos lugares el culto al toro se incorporó, aunque haya sido como un elemento secundario, a los procesos de cristianización. En los Pirineos catalanes, los desposados van a implorar descendencia al santuario de Nuestra Señora de Nuria, donde hay una imagen del siglo XV muy conocida por los favores que presta a los creyentes en estos asuntos. La imagen representa a la Virgen y a sus pies se encuentra un toro en oración. Una composición muy semejante aparece en una cerámica del Museo de Vic que representa a la Virgen de la Gleva. Llama la atención que en ambos casos el toro asume una postura de reverencia, como si quisiera sumarse a las plegarias de las devotas, como si se tratara de un ferviente intercesor de las súplicas de las mujeres que desean tener hijos.

En México, se acostumbra aún hoy en día festejar la Navidad instalando un “nacimiento”, en las que el toro y el burro son figuras obligadas junto al pesebre, pues se piensa que estos animales le proporcionaban calor al recién nacido.

La etimología de los elementos actuales de “la fiesta brava” hace referencia a las fiestas nupciales rurales de la Edad Media. La palabra corrida proviene de la costumbre de hacer correr al toro a la casa de la novia. La capa es lo que se usaba para excitar al toro y las banderillas son los dardos que la novia adornaba para herirle y, a través de su sangre, participar de su poder de generación. Es muy probable que la muleta, según atestiguan algunas imágenes antiguas, no haya sido roja sino blanca, y originalmente se llamaba lienzo, lo que aludía a la sábana nupcial.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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