Los casos de corrupción en las fuerzas armadas se encuadran como tema delicado y sensible. En el debate público suele colocarse a las instituciones castrenses bajo sospecha cuando surgen escándalos. Sin embargo, es importante subrayar que los actos indebidos no son responsabilidad de la institución en su conjunto, sino de personas concretas que traicionan los principios de honor y servicio que deben regir la vida militar.
Un ejemplo reciente lo constituye el caso conocido como “huachicol fiscal”, en el que se acusa a integrantes de la Secretaría de Marina de participar en redes de contrabando y evasión de impuestos en aduanas marítimas y espacios conexos. Este caso reveló cómo ciertos mandos y elementos se beneficiaron de su posición para facilitar operaciones ilegales vinculadas al ingreso de combustibles, prácticas que se dice afectan gravemente las finanzas públicas.
La magnitud del escándalo generó titulares y cuestionamientos hacia la Marina como institución. No obstante, resulta fundamental hacer una distinción: las fuerzas armadas como cuerpo colectivo mantienen su misión de salvaguardar la soberanía y la seguridad nacional; lo que se cuestiona son las acciones de individuos que, aprovechándose de la confianza depositada en ellos, actuaron en beneficio propio.
Episodios como este evidencian la necesidad de fortalecer los mecanismos de control interno, no solo en la Armada, sino en todas las fuerzas armadas y, en general en la administración pública en todos sus niveles. Pero, sobre todo, llaman a la ciudadanía a entender que la corrupción no se combate debilitando a las instituciones, sino responsabilizando a las personas que violan la ley y a quienes deben rendir cuentas.
El honor militar, la disciplina y la lealtad son valores que no se anulan por los errores de algunos. Separar la conducta de individuos corruptos de la labor institucional resulta indispensable para no erosionar la confianza pública en una de las entidades fundamentales del Estado mexicano.
La lección que deja el caso del llamado huachicol fiscal es clara: los militares son servidores públicos y, como tales, deben estar sujetos al escrutinio, la rendición de cuentas y la justicia. La corrupción no es una mancha de la institución; es la traición de quienes olvidaron que su deber era con la nación y no con sus intereses personales.
El caudal de información que se ha vertido sobre este caso es inmenso, voces y plumas se han levantado para que se siente en el banquillo de los acusados a una institución honorable como lo es nuestra Armada. En este contexto cabría una reflexión, pues también se habla de empresarios involucrados, pensemos que alguno o algunos de ellos son egresados de alguna institución educativa de nivel superior, ¿sería correcto el planteamiento: “tal o cual Universidad es corrupta”, y todavía más: “que todos sus integrantes dejen de participar profesionalmente en los sectores público y privado”?
Por otra parte, se ha puesto en debate la participación de militares en tareas llamadas civiles. Debemos recordar que esta participación se sustenta en principios jurídicos sólidos y su actuación se rige por legislación clara que no distingue entre militares y civiles, se aplica a servidores públicos como son todos los integrantes de las fuerzas armadas.
Cualitativamente, no hay duda, unos elementos de la Armada de México, se habla de diez, presuntamente cometieron delitos que, de comprobarse su responsabilidad, serán sancionados conforme la legislación aplicable (penal, administrativa e incluso militar). En las fuerzas armadas no existe la impunidad.
Cuantitativamente, recordemos que el total de marinos militares en servicio es de casi noventa mil, por lo tanto, ochenta y nueve mil novecientos noventa cumplen su deber observando plenamente los principios y valores de su fuerza armada, arriesgando su vida por la seguridad de la sociedad, además de cumplir sus obligaciones como servidores públicos y también sus deberes ciudadanos.
Viene a colación un pasaje escrito por José Luis Martín Descalzo en su inmortal obra Razones para la esperanza: “Desde el día en que decidimos que era noticia un hombre que muerde a su perro y que, en cambio, no fueran noticia diez millones de hombres que todos los días lo sacan a pasear, hemos logrado convertirnos en algo peor que ciegos; en gentes que solo tienen capacidad para ver lo negro e ignoran toda la ancha gama de colores luminosos que les rodean”.
Nuestro reconocimiento y respeto para los marinos militares que, por más de doscientos años, han cumplido, cumplen y cumplirán sus deberes con la plena observancia de la normatividad que les rige. Reitero, después de más de doscientos años de historia fallaron unos cuantos no la inmensa mayoría. Este hecho, más que lamentable, no empaña ni empañará el prestigio de la Armada, noble institución al servicio de México.