Las Fuerzas Armadas mexicanas son una de las instituciones con mayor prestigio en el país. La disciplina, la capacidad de respuesta ante desastres y la imagen de orden han sostenido una confianza que pocos actores públicos conservan. Sin embargo, esa confianza convive con una distancia peligrosa: la sociedad las admira, pero no las conoce. El ciudadano común sabe de ellas por los desfiles, por su presencia en las calles en apoyo a la seguridad pública o en los operativos contra el narcotráfico, pero rara vez entiende cuáles son sus límites constitucionales, cómo se toman sus decisiones y qué implicaciones tienen estas.
Eventualmente se han dado desencuentros con la sociedad. Se ha cuestionado el papel de las Fuerzas Armadas en las operaciones contra el narcotráfico, en la construcción de infraestructura estratégica o en la administración de aeropuertos y aduanas. Expandirse hacia tareas consideradas como civiles exige un pacto de transparencia. La ciudadanía necesita información clara sobre la actuación de sus militares con reportes abiertos y espacios de diálogo, cuestionando con argumentos y respeto.
La institución, por su parte, debe interactuar en encuentros con instituciones educativas, particularmente superiores, y organizaciones civiles en los que se muestre al militar como ciudadano con derechos y deberes, que explique qué son las Fuerzas Armadas, qué papel cumplen en un Estado democrático y qué no les corresponde, aceptando la crítica con madurez cívica. La cercanía no se construye únicamente con desfiles militares o con discursos solemnes, sino con transparencia y apertura.
En los E.U.A. y Canadá, los ciudadanos se dirigen a un militar con la frase “gracias por su servicio”. En esos países el reconocimiento es cotidiano, un reconocimiento que en nuestro país casi no existe. Durante el mes de noviembre la NFL rinde tributo a sus Fuerzas Armadas inscribiendo en los campos de juego la leyenda “SALUTE TO SERVICE”, además entrenadores y jugadores visten prendas y emblemas alusivos a sus soldados. Ese tipo de interacción acerca a los militares a la vida diaria de la sociedad y refuerza el vínculo de respeto mutuo. En México se tiene que abrir la puerta para que el reconocimiento no sea solo protocolario, sino parte de la vida pública.
Pero no todo debe ser reconocimiento. Si existen conductas contrarias a derecho, la sociedad debe tener certeza de que serán sancionadas, sin que ello se convierta en espectáculo mediático. La justicia militar y civil debe actuar con transparencia, firmeza y sin espacios para la impunidad. El respeto hacia las Fuerzas Armadas se fortalece cuando la ciudadanía sabe que la disciplina incluye también la rendición de cuentas y la sanción a quienes traicionan la ley.
En la encuesta realizada por el INEGI (2023), las Fuerzas Armadas obtuvieron un 83.5% de confianza. Es preciso acotar que este porcentaje se ha mantenido con ligeras variaciones, arriba o abajo, desde que se aplican este tipo de instrumentos estadísticos. Un aspecto para la reflexión y el debate sería: ¿qué les falta o por qué no alcanzan el 100%? Si de transparencia se trata, no puede entregarse toda la información pues pondría en riesgo operaciones y personas. Si se debe hablar sobre participación en actividades consideradas civiles, preguntarse cómo será, hasta dónde, hasta cuándo y bajo que reglas.
México enfrenta variadas amenazas y antagonismos, por lo que debe replantearse el papel de sus Fuerzas Armadas acercándolas a la sociedad para que esta tenga un mayor conocimiento de las tareas que cumplen. Si se mantienen con la etérea cercanía que dan algunas estadísticas, la confianza que hoy las sostiene puede convertirse mañana en desconfianza y rechazo. Nuestro país necesita de sus militares, pero con funciones claras y abiertas al debate público. De lo contrario, lo que hoy parece fortaleza institucional puede terminar siendo la mayor fragilidad de nuestra democracia.
