Al Club Santos de hoy le hace falta un gran padrino al estilo 1990 cuando existir era sinónimo de ir perdiendo fuerza paulatinamente.
Necesita un manto protector que sin distraerse de sus tareas esenciales le pueda aportar soporte, credibilidad, firmeza y éxito.
Hoy, al final del túnel, se ve una luz. El problema es que esa luz puede ser la del tren; y entonces todo sería gran preocupación.
Cada partido, el Santos ofrece más dudas, errores, pifias, desarticulaciones entre líneas, malos recorridos, desatenciones, desaires.
Nadie se compromete con la pelota, no hay alguien capaz de ser mariscal de campo desde atrás, en medio o adelante.
Todo es caos.
¿Quién le avisará a la luz del tren que se detenga, que modifique su rumbo y que haga cosas muy diferentes para que ilumine en vez de que aniquile?
Todos entendemos el momento complicado que se vive. No tiene crédito el equipo y todos lo ven como escalón para mejorar. Es la burla del país.
Por eso bien puede ser que la luz al final del túnel sea la del tren, y entonces no habrá ayuda capaz de aliviar las penas.
Antes fue la gran empresa la que se comprometió con la comunidad y con la historia para generar satisfacciones y hacer de esta misma institución un bastión capaz de ser reconocida y respetada.
Hoy esa mística ha desaparecido, ya no hay jugador en el cual se pueda confiar.
Fernando Ortiz presenta rasgos de eficiencia pero no se percató desde el principio que no tenía suficiente material para competir con dignidad. No se imaginó lo que se avecinaba.
Creyó que al final del túnel había una luz que lo iba a guiar.
Jamás pensó que era la luz del tren.
