El Club Santos no sabe lo que quiere y si por algún motivo lo supiera no tiene la intención de modificar porque sus propias angustias no le permiten moverse.
Sus pesares son de muy diferente naturaleza no sólo económica. Su estado de ánimo es deplorable, no sabe ni puede levantar la cara para ver de frente a otros y ni a sus propios problemas.
Necesita ayuda del exterior.
Los rumores positivos van ofreciendo poco a poco la idea de que alguien va a convencer al único jefe para que modifique hasta donde sus intenciones y nuevos recursos se lo permitan.
Las angustias ahogan y no dejan respirar bien.
De ahí viene la depresión en la cual está inmerso y no hay terapia que valga.
La sociedad lagunera está preocupada pero también indefensa; no sabe qué hacer porque esperar, sólo esperar, es sinónimo de no actividad, y eso duele.
La depresión institucional contagia. Esta duda es muy incómoda y se comprende que al más interesado le pese todavía más porque sus esfuerzos de siempre han sido ejemplares pero ahora se ven impedidos para seguir triunfando.
Seguir triunfando es la consigna pero el entorno es vitalmente adverso.
Si en alguna ocasión pudimos vivir y admirar la inmensa grandeza de esta institución, hoy tenemos la desgracia de vivir y admirar, también, la inmensa pequeñez de la organización. Hoy es lo que tenemos.
Suena contradictorio pero es real porque los afanes para defender y argumentar que andan bien no circulan a la par de sus hechos.