La inteligencia artificial (IA) es una de las tecnologías más transformadoras de este siglo. Ha permitido avances en múltiples disciplinas. Sin embargo, también ha empezado a utilizarse de formas que representan riesgos éticos, sociales y hasta legales. El mal uso de la IA no siempre inicia en grandes corporaciones muchas veces comienza con acciones cotidianas aparentemente inofensivas.
Uno de los usos más comunes, y preocupantes, es la implementación de herramientas de IA para evadir responsabilidades sin ningún aprendizaje real. Esto afecta la formación académica, fomenta dependencia tecnológica sin criterio, limita el pensamiento crítico y normaliza la trampa. Aplicarla para aprender, explorar o corregir es muy diferente a usarla como un sustituto del esfuerzo, pues genera profesionales poco preparados y compromete la calidad del desarrollo social y tecnológico.
A escalas mayor, la IA ha permitido la creación de deepfakes: contenidos falsos que imitan la imagen o voz de personas, atribuyéndoles palabras nunca dichas. Lo que comenzó como una curiosidad digital, hoy representa un riesgo. Estos recursos alimentan la crisis global de la verdad, donde la desinformación se vuelve una herramienta poderosa en un entorno en el que ya no es posible confiar plenamente en lo que se ve o escucha.
Cuando una IA se entrena con datos históricos sesgados, puede generar prejuicios. Estudios como los de Xinyu Chang para el caso de Amazon o el de Rajneesh Khare en sistemas de reclutamiento o el Michael Nasir Abdul Bamako y Chang (2025) en el ámbito judicial abordan esto desde una perspectiva ética y social. Aunque la tecnología mejora la eficiencia, también puede desplazar empleos, especialmente en sectores poco especializados.
El mal uso de la IA no comienza en laboratorios secretos ni en grandes empresas, sino en acciones cotidianas: un estudiante que copia sin aprender o un creador que difunde información falsa. Mis argumentos no pretender ser un rechazo a esta tecnología sino concientizar que como sociedad debemos asumir la responsabilidad de que su uso contribuya al crecimiento humano y no al deterioro de sus valores sin ampliar la brecha entre quienes tienen acceso a la tecnología y quienes no.