El temerario cartujo salió el jueves del monasterio y caminó decidido, con la cabeza erguida y la mirada al frente, hacia el Monumento a la Revolución para escuchar el último discurso de Claudia Sheinbaum como jefa de Gobierno de la Ciudad de México. Tres cuadras después, abandonó la misión, temeroso de sufrir un vaguido o un desmayo transitorio. Era difícil avanzar entre tanta gente llegada desde los más apartados rincones de la capital del país y de algunos estados, con sus banderines y pancartas, con sus consignas y sus gritos rigurosamente ensayados. El sol caía a plomo, pero nadie se quejaba, dejándose tatemar por amor a Claudia. Desde un pequeño café donde milagrosamente encontró un lugar y un ventilador, el monje vio pasar el interminable desfile de devotos —jamás se atrevería a llamarlos acarreados— de la científica convertida en política, quien más tarde escribiría en su cuenta de Twitter: “Concluimos nuestro gobierno rindiendo cuentas ante más de 80 mil personas.Gracias por permitirme gobernar nuestra gran Ciudad, gracias por seguir animando la esperanza ¡Vamos al encuentro con el pueblo de
México!”.
Martí Batres se guardó en esta ocasión de dar cifras sobre el número de participantes en la despedida de su jefa. O ella se lo prohibió, recordando cuando calculó entre “10 mil y 12 mil personas” la asistencia a la impresionante marcha en defensa del INE, en noviembre de 2022.
En su largo discurso, Sheinbaum, como era previsible, destacó los logros de su gobierno y prodigó elogios al primer mandatario, su maestro, protector e infalible oráculo en la sucesión presidencial, en la cual, hasta ahora, ella aparece como favorita.
El fraile quisiera vivir en la ciudad dibujada con palabras en el Monumento a Revolución, una ciudad sin tragedias ni fallas frecuentes en el Metro, con respeto a leyes, sin impunidad, sin niños indigentes, donde los maestros de las preparatorias y universidades creadas por Sheinbaum cobren puntualmente sus exiguos honorarios. Una ciudad segura y generosa con los migrantes. Pero, quizá, sea mucho pedir a quien solo piensa en la Silla del Águila.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.