Política

Las listas, ¿quién sigue?

En la soledad de su pequeña celda, el cartujo pasa la noche leyendo El legado de Europa (Acantilado, 2003), de Stefan Zweig, impresionante conjunto de ensayos sobre escritores y libros; también, sobre “La tragedia de la falta de memoria” y la seducción del poder. En el texto “¿Es justa la historia?”, observa cómo el poder provoca “el entusiasmo de los ansiosos y de las almas débiles” y advierte del peligro de someternos voluntariamente a él, encandilados por su popularidad o presuntos éxitos. “Por tanto —dice— nuestro deber será siempre no admirar el poder en sí, sino solo a las escasas personas que lo consiguieron de forma honrada y justa. De forma honrada y justa solo lo consigue realmente el hombre espiritual, el científico, el músico, el poeta, porque lo que ellos dan no se lo han quitado a nadie”.

Las palabras Zweig latiguean la fatigada memoria del monje y lo llevan a Primera página. Vida de un periodista, 1944-1998 (Debate, 2016), de Juan Luis Cebrián, primer director del periódico El País, quien en las páginas finales escribe: “Mis contactos con políticos y jefes de Estado de medio mundo no valieron sino para aumentar mi escepticismo respecto a las verdaderas razones y los objetivos de quienes ocupan el poder. Me rendí desde temprano en cambio a los soberanos de la inteligencia, en el convencimiento de que Quevedo fue más capaz de transformar la vida española desde su cautiverio que su carcelero, el conde duque de Olivares, desde el gobierno”.

Retorno a Sísifo

En la vida, cada quien elige sus batallas. El monje desconfía del poder político y admira a quienes son capaces de crear, “porque lo que ellos dan no se lo han quitado a nadie”. Muchos creadores son ególatras y desatentos, otros generosos y amables, pero todos tienen la voluntad de pasar días, meses, años trabajando en una obra cuyo destino siempre será incierto; cada poema, cada cuento, novela, pintura, ballet, composición es un nuevo comienzo (“Piedra que nunca te detendrás en la cima:/ te doy las gracias por rodar cuestabajo./ Sin este drama inútil sería inútil la vida”, dice José Emilio Pacheco en “Retorno a Sísifo”) y solo persisten quienes, al margen de su menor o mayor talento, tienen verdadera vocación.

El monje, como Cebrián, también se ha rendido “a los soberanos de la inteligencia”. No necesita conocerlos personalmente —lo cual es preferible la mayoría de las veces— para acercarse a sus obras, sin importarle si han sido hechas con o sin apoyos institucionales, sin juzgar el comportamiento de sus autores. Para él, lo único trascendente es el valor de las obras en sí, la manera como lo afectan personalmente, si le provocan indiferencia o lo estremecen por honestidad, su profundidad, belleza.

“Cuando sepamos unir la continuidad cultural a la continuidad política y económica seremos una gran nación”, decía Carlos Fuentes. Quién sabe cuándo sucederá eso. La política mexicana es un desgarriate en estos momentos, pero la creación cultural sigue siendo poderosa, a pesar de las piedras en el camino y aun de las veleidades de algunos de sus protagonistas.

Como nunca, vivimos tiempos de desprecio a la cultura, a la ciencia, a la academia; a la crítica en todas sus manifestaciones, aunque desde el púlpito del poder se pregone lo contrario. Por eso la aparición de listas con nombres de presuntos beneficiarios del antiguo régimen: periodistas y becarios del Fonca, entre ellos. ¿Está mal informar sobre quienes han recibido o reciben dinero público? No, desde luego, pero no de la manera como se ha hecho: sin contexto, dando a conocer algunos nombres, omitiendo otros, pretendiendo minar el prestigio de los mencionado, provocando la indignación de las mentes sutiles, como las llama Emmanuel Carrère. ¿Son corruptos los 36 periodistas enlistados por la Presidencia de la República? Si es así, deberían probarlo y decirlo con todas las letras, pero no se vale lanzar la piedra y esconder la mano, como lo hizo López Obrador en su conferencia matutina.

Los becarios del Fonca, ¿han infringido las reglas?, ¿han incumplido sus compromisos?, ¿realmente reciben estímulos “entre la opacidad y el despilfarro”? ¿Quiénes no han presentado proyectos, informes, libros? Para algunos es intolerable la presencia constante de ciertos creadores entre los beneficiarios, ¿está prohibido? ¿Es ético exhibirlos en una infografía, como si fueran delincuentes? ¿Sus obras realizadas con apoyo de las becas, valen la pena, han tenido repercusiones fuera del país? ¿Quiénes siguen en esas listas tan diligentemente elaboradas: los académicos, los científicos, los cineastas, los defensores de derechos humanos o del medio ambiente? ¿Quiénes más están en la mira?

En una época de cambios en los medios públicos, de regresión en varios sentidos, tal vez no esté de más recordar al maestro Manuel Buendía, quien en Ejercicio periodístico (Océano, 1985), escribió: nadie debe confundirse, no es lo mismo “periodismo de Estado que periodismo oficial, o peor aún oficialista, es decir, periodismo que sirve incondicionalmente, acríticamente a los propósitos del gobierno”. Y no a los fines del Estado, del cual todos formamos parte.

Queridos cinco lectores, entristecido por la muerte de Ramón Córdoba, editor legendario, y esperanzado por el nombramiento de Omar García Harfuch como jefe de la Policía de Investigación de la Ciudad de México, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.
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