La traicionera nostalgia hace trastabillar al cartujo: la muerte de Robert Redford es su madalena de Proust y lo arrincona en aquellos días cuando por todas partes se escuchaban silbidos con el tema de la película El golpe, protagonizada por Redford y Paul Newman, compuesto en 1902 por Scott Joplin; el filme se estrenó en los cines Polanco y Pedro Armendáriz el 24 de abril de 1974 y duró 14 semanas en exhibición, según la Cartelera Cinematográfica 1970-1979 (UNAM, 1988) de María Luisa Amador y Jorge Ayala Blanco.
En ese momento la ortiga del populismo echeverrista prosperaba en el país y el monje, insaciable, pasaba tardes enteras en esos cines enormes, desaparecidos o convertidos en ruinas, de la Ciudad de México, capital de malogradas utopías.
En una entrevista para el periódico El País (rescatada por Jesús Quintero en el blog Textos a la deriva), Daniel Salgado le pregunta a José Emilio Pacheco sobre la continua presencia de las ruinas en su obra: “Eso es la experiencia —responde—. En la Ciudad de México no puedes tener recuerdos. Le dices a alguien ‘¿te acuerdas de aquel café en el que estuvimos?’, y ya no existe, ahora es un estacionamiento. Luego vino el terremoto de 1985. Uno escribe de esto y, de repente, lo ve concretamente en el espectáculo de las ruinas”.
La nómina de lugares destruidos en la ciudad es grande, siempre ha sido así, vivimos sobre o entre ruinas. Los cines de la infancia y juventud del monje ya no existen, tampoco muchos de sus espacios favoritos de aquel periodo: fueron arrasados por los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985, sepultando a miles de personas en una tragedia imposible de olvidar.
En esa época el partido en el poder, escribe Monsiváis en “Los días del terremoto”, crónica incluida en Entrada libre (Era, 1987), tenía “ya a el pueblo registrado a su nombre”, por eso la expresión “sociedad civil” sale de la academia para incorporarse, con inusitada fuerza, a la conversación y acción ciudadanas, desplazando, “por falta de méritos curriculares” al “bienamado Pueblo”. Esperemos su renacimiento en este tiempo proclive a los simulacros.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.