Policía

Un caníbal sin refrigerador

El 12 de febrero de 1999 un grupo de jóvenes caminaba en un parque cercano al puente El Libertador, en San Cristóbal, en Táchira, Venezuela. En el trayecto, el hedor proveniente de una olla les llamó la atención. Llegaron hasta ella, la vaciaron y el contenido les causó vómito. Eran varias cabezas y pies en estado de putrefacción.

Las autoridades no tardaron en llegar. Había reportes de hombres desaparecidos, por lo que era urgente saber a quiénes pertenecían las extremidades halladas. La policía caminó por las laderas del puente. Fue así como dio con un terreno en el que se ubicaba una choza armada con latas y madera.

Los agentes encontraron objetos y credenciales de algunas personas reportadas como desaparecidas. Pero había algo más que cacharros y documentos: una olla con vísceras y carne cocinadas, cabezas humanas y, nuevamente, pies y manos.

Esa entrada al altar oscuro de Dorángel quizás solo es comparable con el ingreso que la noche del 17 de diciembre de 1957 hizo un par de patrulleros a la granja de Ed Gein, el lunático del pueblo de Plainfield, Wisconsin.

Los uniformados buscaban a la señora Bernice Worden, propietaria y dependienta de una ferretería local. Sí, hallaron a la señora Worden: desnuda, colgando de los tobillos, decapitada, con el torso abierto en canal y sin vísceras.

En los días siguientes, la policía levantó el inventario de atrocidades del solitario granjero: 10 calaveras convertidas en tazones y ceniceros, pantallas y asientos finamente elaborados con piel humana; un cinturón de pezones de mujeres; una caja con nueve vulvas; máscaras hechas a partir de rostros desollados, un vestido de piel con pelo en la zona púbica.

En el caso venezolano, la policía tenía resuelto el caso de las desapariciones de los hombres, siempre y cuando el sospechoso hablara.

Y lo hizo… Dijo que nació en la región de Caño Zancudo del estado de Mérida, Venezuela, el 14 de mayo de 1957. Provenía de una familia pobre, hambrienta, dedicada a la agricultura.

En 1995, un hombre llamado Antonio López acudió a la policía para reportar que Dorángel había asesinado a uno de sus amigos, Baltazar Moreno, a quien devoró. La comida le salió barata al caníbal, al purgar solamente dos años en un Instituto de Rehabilitación Psiquiátrica.

Al salir, lo primero que Dorángel hizo fue buscar a Antonio López, a quien mató y desapareció. ¿Cómo? Devorándolo.

Fue así como Dorángel Vargas Gómez llegó al puente que convirtió en su morada y en rastro clandestino.

Elegía una presa, siempre un hombre, a la que atacaba con una varilla hasta dejarla inconsciente. El área del puente la utilizaba para descuartizar a sus víctimas. En el camino a su choza se deshacía de manos, pies y cabezas. No le gustaban. Aunque confesó que cuando el hambre apretaba, se preparaba las manos “en una sopita”.

La confesión de Dorángel careció de remordimiento. Para él era de lo más normal comer hombres. ¿Por qué no mujeres? “Porque los hombres son más sabrosos, saben a marrano salado. (…) Las mujeres son dulces, algo así como comer flores y dejan el estómago flojo, como si no se hubiese comido”.

Aunque se le comprobó que mató a seis personas, la policía especula que Dorángel acabó con la vida de más de 40. Lo anterior se desprende de su confesión: como carecía de refrigerador —explicó—, hubo semanas en que tuvo que matar a dos hombres.

Entre las personas que asesinó y devoró Dorángel, está otro indigente, su mejor amigo. “Como era tan buena persona, seguro tenía que estar bien sabroso”, señaló el caníbal, quien después de cocinar a su compañero, preparó unas ricas empanadas de carne que repartió entre los otros indigentes.

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José Luis Durán King
  • José Luis Durán King
  • operamundi@gmail.com
  • Periodista; estudió en Historia en la UNAM y desde hace más de 20 años escribe la columna de periodismo negro “Vidas Ejemplares” en MILENIO los jueves cada 15 días. Autor de los libros Gentiles caballeros del terror, Vidas ejemplares. Asesinos en serie y De la región al mundo.
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