Política

¿Y qué es ganar un debate?

MOISÉS BUTZE
MOISÉS BUTZE

¿De qué se habla cuando se dice que uno u otro candidato ganó un debate? Si ponemos atención a los veredictos queda en claro que el asunto es gelatinoso. Unos lo interpretan como una valoración comparativa de los argumentos entre los candidatos, sea la habilidad para atacar o para construir una propuesta sustantiva. Si priorizamos lo primero, los ataques, sin duda Xóchitl habría ganado pues en ello invirtió minutos y pasión; pero si ponemos en blanco y negro las propuestas, Claudia tendría más fondo, entre otras cosas porque muchas de ellas están en marcha y dedicó más tiempo a desarrollarlas.

Otro criterio de valoración del posdebate es medirlo en función del impacto que pueda tener en la narrativa de las campañas, o el famoso Spin. La posibilidad de que algo de lo que se dijo se convierta en una pieza de propaganda exitosa entre la opinión pública. En ese sentido, Xóchitl, se afirma, fracasó en el primer debate porque lo de la “dama de hielo”, su gran apuesta para etiquetar a Sheinbaum simplemente no prendió; ahora la cambió por “candidata de la mentira”, aunque al final le endilgó lo de narcocandidata. A su vez, Claudia contraatacó con el apelativo de “candidata corrupta”. En los próximos días veremos una verdadera batalla campal en redes sociales para convertir en etiqueta exitosa alguna de estas invectivas.

Un criterio más, al tratarse de un segundo debate, reside en valorar el desempeño de cada contendiente con respecto al debate anterior: quién lució mejor o peor comparado consigo mismo. Un criterio engañoso porque la disputa por la silla presidencial es una contienda en la que el ganador se lleva todo. No es una valoración de méritos en campaña. Es decir, si un estudiante hace subir su calificación de 5 a 7 merece una felicitación, pero si otro obtiene dos, ochos, por ejemplo, es esta la que se llevará la beca en disputa. Sin duda Xóchitl avanzó más con respecto al primero, pero no porque en este último haya avasallado a su contrincante sino porque en el anterior lo había hecho francamente mal, a juzgar por la crítica unánime.

Y luego están las apreciaciones subjetivas sobre la personalidad mostrada por los candidatos. Los gestos, los titubeos, el uso adecuado de pancartas, la dicción y contundencia para articular argumentos. Es un terreno más complicado, salvo en los casos obvios en los que se exhiban dislates y errores puntuales (por ejemplo, en la bandera invertida que Xóchitl presentó en el primer debate). De no ser así, la valoración que cada quien hace sobre el desempeño en este terreno suele ser el reflejo de las simpatías y antipatías previas.

El manejo del tiempo es algo más cuantificable. Xóchitl recurrió a la estrategia de exponer sus argumentos en pequeños párrafos de corta duración, lo cual le permitió disponer de saldos a favor en la bolsa de tiempo, cuando el de Claudia ya se había agotado. Algunos han concluido que la candidata del PRI y PAN había preparado mejor el debate o, de plano, que había lucido mejor. Pero es un argumento discutible. En efecto, Claudia consumió rápidamente su tiempo porque utilizaba minutos completos a desarrollar una propuesta o una defensa de lo realizado en estos años. Xóchitl atacaba a través de enunciados cortos, Sheinbaum describía resultados y citaba cifras. Cada una perseguía propósitos distintos y no estoy seguro de cuál resulte más efectivo de cara al votante indeciso.

Y finalmente está el criterio de valoración que verdaderamente importa en un debate. En qué medida el desempeño de un candidato mejora o empeora la intención de voto a su favor entre los ciudadanos. Para responderlo habría que desmenuzar el comportamiento del electorado.

Los debates en general impactan poco porque la mayor parte de quienes los siguen son los más interesados en la política y, en consecuencia, los que ya poseen una intención de voto. Ambas candidatas hicieron lo necesario para consolidar a sus conversos. Un simpatizante obradorista no modificará su voto por lo que escuchó el domingo, pero tampoco lo hará un antiobradorista. La proporción es de 50 y tantos a favor de Claudia y 30 y tantos a favor de Xóchitl, una diferencia de alrededor de 20 puntos porcentuales que se ha mantenido a lo largo de meses. Una encuesta telefónica del diario El Universal, levantada minutos después sobre el ganador del debate, arrojó justamente esa proporción. El 54.4 por ciento señaló a Claudia, 38.8 por ciento a Xóchitl. Cada quien se inclinó por su favorita.  

La pregunta realmente importante es ¿cuántos entre los indecisos podrían adoptar una inclinación y llevarla a las urnas a partir de lo que se vio en este debate? Creo que ese es el criterio último que tendría que utilizarse para establecer quién lo ganó y quién lo perdió.

Y visto así me pregunto si estamos valorando desde la perspectiva correcta. Se dice que esta vez Xóchitl lo hizo mejor porque atacó de manera implacable una y otra vez y machacó con adjetivos y acusaciones directas utilizando la segunda persona como en pleito entre vecinos. No estoy seguro de lo que eso provoque en un ciudadano con cierta distancia respecto a lo político, pero dispuesto a tomar una decisión para llevarla a una urna. Entre muchos mexicanos persiste un respeto institucional a la investidura Presidencial. Aún recuerdo el error cometido por López Obrador en 2006 cuando interpeló al presidente Vicente Fox con “cállate chachalaca”. Incluso ciudadanos desafectos a Fox lo vieron como un exceso, una falta de respeto. Me parece que hay un lado rijoso de Xóchitl, capaz de interrumpir mientras otro habla, o de romper las reglas del debate exhibiendo carteles fuera de su turno, que le puede cobrar un precio entre este tipo de ciudadanos. Un comportamiento que no encaja con la pretendida dignidad que tendría que mostrar un mandatario del país. Como en tantas cosas, lo que están viendo los analistas que aplauden tal belicosidad puede no ser lo mismo que observa el mexicano de a pie.

Durante cinco años la oposición se dedicó a atacar a la 4T y a López Obrador y se desentendió de construir una propuesta alternativa frente a la inconformidad. Una estrategia fallida, a juzgar por los triunfos de Morena y la aprobación que goza el Presidente.

Hoy Xóchitl está dedicada a lo mismo. No veo por qué atacar en lugar de proponer vaya a producir un resultado diferente. En suma, Claudia ganó por tres razones: una, cada debate en el que no pierde votantes constituye un imponderable para refrendar en las urnas la ventaja que lleva. Dos, el tiempo del que goza el candidato del MC, Álvarez Máyez, y los votos que pueda obtener disminuyen la cuota de indecisos disponibles. Tres, la belicosidad de Xóchitl no parece ser la mejor estrategia para generar seguidores entre quienes no han tomado una decisión.


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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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