Política

Alfonso y su encrucijada

  • Cartas de América
  • Alfonso y su encrucijada
  • Jorge Luis Fuentes Carranza

Alfonso Ramírez Cuéllar no es un líder que se cueza al primer hervor, tiene ya algunos kilómetros recorridos de una respetable trayectoria pública. Salvando su participación en el Pacto por México, lo cual, y por la numerosa cantidad de participantes en Morena de aquella concertacesión, parece ser irrelevante.

Salvo por entrar a caballo al recinto legislativo de San Lázaro, no hay un acto o lucha que lo traiga a la memoria ante la sociedad. Lo cual es injusto, ya que la defensa que hizo a finales de los 90 de cientos de miles de deudores a los que la banca estaba dejando en la calle, debiese ser una lucha para recordar.

Por esos años de experiencia es que sorprende que esté sucumbiendo al canto de las sirenas que a coro le exhortan a mantenerse ilegítimamente en un cargo para el que solo fue electo por unos meses para una tarea: dirigir la renovación, real, de la dirigencia del partido.

Una suerte similar corrió Pablo Gómez en 1999, cuando a la salida de Andrés Manuel de la presidencia nacional del PRD, quedó como responsable de resarcir el lamentable proceso interno que, como ahora el de Morena, fue anulado por el Tribunal Electoral.

No creo que a Pablo le hubiera pasado por la mente hacerse hormiga y patear el bote para dirigir la elección del 2000, pero aún si lo hubiera pretendido, la institucionalización que en aquel entonces había alcanzado ese partido gracias a la capaz dirección de AMLO, lo hubiera impedido.

No es el caso de Morena en esta ocasión. La debilidad interna de Morena es similar a su descendente, pero aún sorprendente, aceptación pública.

Por eso, en momentos así, deben ser los dirigentes quienes saquen la casta y muestren altura de miras atándose al mástil del barco hasta que pase el canto que, tristemente, está hechizando a Alfonso.

Y no porque pueda ser buen o mal presidente, esa es otra discusión, como la que en su momento se dio con Pablo, de quien Ifigenia Martínez y muchas otras personas dijeron que debía ser un presidente para tres años y no para tres meses.

El problema es el de la ilegitimidad política, que ante una elección compleja obliga a lo contrario. La elección intermedia en el 2021, como todas las elecciones en democracia electoral, será difícil, pero más complejo se hace dirigiendo a un partido cuyo reto parte de una vara muy alta: el avasallador triunfo de hace dos años.

Lo cual provoca que gestionar políticamente tantas aspiraciones diversas, muchas naturalmente conflictivas y otras tantas deliberadamente provocadas desde afuera, obligue a tener a una dirigencia moralmente solvente que consiga mantenerse sin dobleces en la toma de decisiones.

Eso no ocurriría si quien dirige lo hace resultado de un no hacer. Si Alfonso se convirtiera en el presidente que tenga Morena en 2021 sería por haber eludido la única responsabilidad que ahora tiene y, al paso, haber repartido entre los actuales cotos de poder, el poder mismo.

Dejar pedazos de poder repartidos en el camino entre quienes le permitirían pasar, va en contra del mensaje que con el ejemplo cumple el Presidente de la República, quien puede convocar a la renovación moral de la vida pública de México gracias a la suficiencia moral que le dio llegar al cargo producto de un proceso legitimador.

Tal vez eso no se aprecie mucho por no haber construido la organización como sí lo hizo AMLO, y por ello, el proceso reflexivo para sustraerse de esas prácticas sea complejo.

Incluso, al hacer parecer que sus propuestas legislativas son de Morena, ejerce la patrimonialización de un instituto político que es constitucionalmente público, lo cual refleja un atraso preocupante. Desconocer o no reconocer que las propuestas programáticas de un partido político deben resolverse deliberando en los órganos que estos hayan creado para ello, alarma sobremanera.

Por ello no auguro un buen resultado de esa probabilidad, que no haría otra cosa que no sea lastimar a las bases militantes y simpatizantes del movimiento obradorista, como lo hacen desde ahora al designar responsables en los estados mediante una reunión que mientras escribo, sigue sin ser pública.

De tal forma que conducirse bajo las prácticas de aquel partido que abandonamos en el 2014, sólo invita a pensar en un retroceso electoral en el Congreso de la Unión y en no alcanzar tantas gubernaturas como ahora es posible, sin restar importancia a los miles de cargos locales.

Sería repetir, ahora sin el pretexto del gran cometido presidencial, las formas de elegir candidatas y candidatos que se convertirían en presidentes municipales, diputados locales o federales, ¡gobernadores!, iguales a algunos tristemente célebres que ahora tenemos.

Por eso, el principal acierto de Alfonso Ramírez Cuéllar será rectificar el rumbo y salir de esa encrucijada que lo está arrinconando a un sitio sin salida.

Debe mantener el aplomo e impulsar el proceso de renovación interna de Morena de acuerdo al mandato del Tribunal Electoral, organizando una encuesta abierta a los simpatizantes del obradorismo y, que de ahí surja un liderazgo sin ataduras para poder enfrentar lo que apenas será el primer gran reto electoral desde que la cuarta transformación se puso en marcha.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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