Cultura

Ruletero sideral

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John Collins ha muerto a los 90 años de edad y en su homenaje es momento de realizar una disculpa pública: confieso que en un ayer etílico de perdiciones variadas pegué la gorra en más de una cantina y barecillo de mediano prestigio narrando a cambio de unos tragos la infinita mentira de que se llamaba Tom Collins el tercer astronauta de la Misión Espacial Apolo 11, olvidado en la sombra que proyecta la gloria sobre Neil Armstrong y Buzz Aldrin, quienes alunizaron alucinando al mundo entero. En tiempos alcohólicos —previos a la verificación instantánea que ofrecen ahora los teléfonos dizque inteligentes— engatusaba a más de un parroquiano en las barras con el bulo de que —al tiempo que Armstrong daba “un pequeño paso para el hombre” y Buzz lo secundaba en el más grande salto que haya dado la humanidad— mi Tom Collins ruleteaba al volante de la nave nodriza, como taxista sideral, cumpliendo el honroso afán y humilde labor de esperar como chofer a que sus compañeros astronautas concluyeran sus brincos sobre el queso polvoriento de la Luna, engancharlos de nuevo a la nao capitana y así volver los tres felices amigos a la Tierra que él al volante de quién sabe cuántas horas calladas y solitarias (sin radio ni cassettes) hacía tiempo dándole vuelta a la manzana… inventando en medio del infinito esa bebida llamada Tom Collins que —según decía yo al borracho en turno— fue patentada a los pocos días de haber roto las aguas del océano al volver la gloriosa cápsula a nuestra atmósfera.

Confesado lo anterior, agrego que ojalá la posteridad honre a Michael Collins en su papel de solitario solidario, tal como merece encomio el piloto Antón Alaminos que estuvo al timón no sólo de una de las naves de Cristóbal Colón, sino de la nao que luego barrenó en Campeche el capitán Hernán Cortés. Alaminos y Collins, heroicos volantes de paciencia infinita en el tedio que se prolonga cada vez que un automovilista tiene que hacer tiempo en derredor de ciertas calles, a las afueras de los colegios o en la fila de las farmacias a la espera de que regresen a la cabina del auto los tripulantes que nos acompañan de vuelta a casa… y así, sincronizar que Buzz Aldrin definió su experiencia lunar como un paseo sobre “la desolación infinita” sin saber que eso también es sinónimo de todo solitario sideral que pasa las horas asido al volante salivando un trago imaginario.


Jorge F. Hernández 

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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