
En México no hay una sola calle, avenida, callejón o carril sin baches, no hay una sola placita parquecito sin basura alrededor de los contenedores para basura; al llegar a la neollamada CdMx el viajero es retado a subir y bajar siete rampas de desniveles variados ya por hundimiento del inmueble o ese claro sentido de feria que llevan en el alma ciertos arquitectos y la fila para tomar taxi (una vez pagado el boleto para el mismo) oscila entre una hora y hora y media de inquietante espera. Ya encarrillados se ha enfatizado notablemente el concepto de embotellamiento y en esta vuelta sobreviví uno de tres horas y otro de cinco, logrando una intimidad inesperada con dos conductores. En México hallé una inesperada y casi inédita polarización dizque ideológica entre amigos de antaño y recién conocidos que están con quién están o bien, están en contra, muchas especulaciones infundadas y demasiada elucubración esotérica, inferencias de corazonada y latidos de total ausencia y en tono de multitasking: no pocos acomodados asalariados que aumentan sus dividendos con igualas y contratos, cochupos y prebendas, así como una inmensa mayoría de jodidos que salen a flote con el llamado frilans, la tanda, el empréstito y un ciclo ya interminable de endeudamiento. En México ni uno solo de sus ciudadanos carece de una herida covid, sea deceso de familiar o amigo o conocido, sea padecimiento adjudicable al bicho o carencia de medicamento, fármaco o consuelo. En México sobrevive un gorila albino al que deberíamos enjaular en una nueva versión del zoológico de Motecuhzoma Xocoyotzin y un lunático pigmeo de cara y cráneo ovoides que deberíamos enfilar para una recreación de cierta ceremonia en el Cerro de las Campanas en Querétaro por psicópata, traidor, chantajista, abusador y misógino… y no pocos otros delincuentes varios y variopintos, pendientes de juicio y no pocos asaltadores disfrazados de taxistas o inspectores y no pocos puestecitos piratas de suadero envenenado o tortitas con mugre o la ingesta ancestral de estupidización televisiva y la deuda siempre pendiente de la lectura y el largo camino sinuoso de la verdad y la memoria trastocada con recuerdos en confusión y esa linda propensión a dejar que el tiempo lo cure todo y quedarnos callados y evitar las evidencias y TODO lo que parece motivo para irse de México y no volver y que sin embargo, no son más que dolientes y luminosas ganas de volver en cuanto se pueda. A ver qué queda.
Jorge F. Hernández