Cultura

Levitando

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Hay una rara manera de caminar sobre la piel de Madrid sin dejar huella alguna: se trata del ancestral sortilegio de andar en silencio, en constante dirección al atardecer de cualquier otoño, de preferencia hacia el Sur y dejar que una ilusión aligere los pasos hasta lograr elevarse ligeramente por encima del suelo. Quien cruce el parque pulmón de El Retiro en diagonal elevada notará que apenas roza el césped y que en los senderos de arenilla no se trazan los rieles de costumbre; del asfalto y sus bemoles, sólo subraya la brisa que mueve papeles sueltos y colillas sin filtro.

Anda levitando quien olvida los horarios del tedio y concentra toda la íntima esperanza de su soledad en la ilusión de alcanzar el punto exacto donde se cruzan unas líneas de piel –no sólo por azar—sino por la música callada donde parecen entrelazarse el hilo de un oboe y la risa de un fagot en la partitura invisible que alguien delineó allá por Lavapiés, casi al pie de la estatua de Agustín Lara. Parece la página de una novela, pero pretende ser verso la noche sin horas donde camina levitando quien intenta alcanzarse a sí mismo el fantasma ya sin canas, como si no pasara ni un solo instante desde que empezó a caminar Madrid de décadas pasadas, cuando se hablaba en teléfonos públicos con taxímetros contadores y la larga distancia era una rareza clandestina, en locutorios ilegales y en penumbra, para salir llorando a la primera barra donde se lavaban los chatos con el baño de una jarra de agua fresca y en la taberna se negaban a servir café porque no eran cafeterías, ni postres porque no eran pastelerías y en esa misma barra se desayunaba coñac entre taxistas trasnochados y una cupletista perdida que parecía quedarse hipnotizada con el relato aeronáutico de un paseante que parecía levitar sobre las calles más viejas de Madrid del brazo del aire, para que nadie escuchara el ritmo de sus botos camperos y el velo de su caballera al vuelo sobre una barba reciente lejana de las canas, envuelta en un chupa verde de soldado en Vietnam, para conquistar la ilusión del cruce de unas líneas finísimas, al filo de unos dedos magníficos que no tienen por qué alargarse en uñas pintadas… y leerse de cuerpo entero en la palma de su mano.

Jorge F. Hernández

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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