Cubiertos los mejores deseos durante la ingesta de las primeras seis uvas, la séptima supo a nostalgia, a recuerdos intactos de todos los años pasados y esa ligera bruma que ha ido borrando las viejas fotografías de la Polaroid de infancia. Las uvas entonces, pudiendo amargarse, cobraron un raro dulzor con las sonrisas intactas de mi padre que se fue de este mundo hace una década sin imaginar las contradicciones y debacles que han mermado profundamente casi todo lo que él admiraba y las carcajadas de mis abuelos en tertulia o las ocurrencias de un amigo entrañable que decidió volar por sí mismo el último capítulo de su existencia. A partir de la uva siete se fueron apareciendo en milimétricos instantes los escritores inconmensurables que ya solo pueden conversar con uno en tinta.
La séptima uva suele ser la que ya ni se preocupa por la masticación de las demás y no tiene la misma urgencia de campanada que conlleva la 12; suele ser la que puede provocar una confusión en la cuenta de los segundos finales de todo un año y el adelanto silencioso del azar que ha de fluir para toda una nueva vida que se inaugura en el claro instante en que se funden bajo los párpados las ganas de llorar de alegría y el necio esfuerzo por olvidar de veras los corajes y pendientes, las iras e imbecilidades que se van acumulando sobre la conciencia como un racimo.
Habrá quien evite la degustación de la vid para así evitar el recuerdo de su fermentación, en cuyo caso basta imaginar que la séptima campanada es una caricia impalpable de reconfortante memoria y sonora previsión. Es a partir de esa campana que uno ha de editar la lista de las lecturas pendientes y los párrafos por venir, la geografía de los sueños y el pequeño mapa de la cotidianidad que podría erradicar toda forma del tedio. Es la campana de las agudas críticas que podemos seguir manifestando sin miedo a los que se creen intocables y las bien intencionadas recomendaciones que deberíamos mantener a lo largo de todo un año para los poderosos e incluso, usureros irredentos; es la campana de la condescendencia con los que se limitan en jaulas inventadas y la piedad por los que uva con uva, día a día, no reciben más que escarnio, dolor u abuso; es la uva plural que lleva los ojos vendados para poder señalar al depredador y al violador que se esconde tras una sotana o una cátedra o tras el disfraz de la normalidad hasta ahora imperante y es la uva de la razón y la cordura en cuanto alguien propone las cuadrículas de la violencia y destrucción como veredas para la construcción de Nada con mayúscula.
Es la uva o campana de los que creen para ver y también los que precisan ver para creer, la callada pausa de los incrédulos y el mínimo resquicio para la duda de todo crédulo. Es una minucia monumental y es no más que una de doce uvas, como mes en el año, que ha de aprovecharse para ese último hálito de silencio que le queda a todos los años, instantes previos a la explosión de los cielos en colores o los gritos de quienes se abrazan ya para siempre o las carreras de los que entran y salen con maletas y ropa interior en rojo por las puertas de la realidad. Es la uva de los italianos que avientan la casa por la ventana y las velas de una familia migrante, las montañas calladas de la Luna y el futuro que se va deletreando en cada frase que se dicen los enamorados de siempre.
Es la uva de la concordia, sin revelar si acaso alguna de las otras será de la discordia y es la séptima campana que resuena en el imaginario pueblo desolado de nuestra propia biografía, en esta nueva ronda del planeta alrededor del Sol sobre un infinito manto de terciopelo negro, sin sonido aunque poblado por luminosas estrellas que parecen notas sobre un pentagrama oscilante, hipnótico y sellado al vacío que supongo es más o menos lo que debe de sentir la garganta incauta de quien se atraganta con las primeras uvas con una desmedida ansia por comerse al año en puños y se queda la filo del abismo, con las pupilas llenas de lucecitas, sin saliva y en busca de una bocanada de aire que le alivie el cogote en ese brevísimo hueco que se abre como telón cuando uno está a punto de ahogarse y sale a la superficie con el alivio incandescente de una posible felicidad. Vida nueva… uva siete.